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Salida para un callejón aparente

Edgar Celada Q.
eceladaq@gmail.com

Desde antes del 6 de septiembre, las aguas de la vida política nacional andaban bastante revueltas. Como se ha dicho de muchas maneras, la ciudadanía dijo ¡ya no más! a las expresiones más grotescas y desvergonzadas del régimen cleptocrático.

No por sabido es ocioso recordar y hacer balance: aguijoneada por sucesivas revelaciones de la Comisión Internacional contra la Impunidad en Guatemala y del Ministerio Público, la población se movilizó, primero espontáneamente y después con diversos grados de organicidad (que no llegaron a borrar la impresión global de un movimiento espontáneo).

Entre el 25 de abril y el 27 de agosto, cientos de miles de personas participaron, mediante diversas modalidades de expresión de descontento, en un movimiento social sin precedentes de naturaleza policlasista, multiétnico y nacional (visión que pone en duda la generalización según la cual éste fue un movimiento de las capas medias urbanas, especialmente capitalinas).

El resultado principal de la movilización social, combinada con el accionar de otros actores, también es conocido: la renuncia de la ex vicepresidenta Roxana Baldetti y del ex presidente Otto Pérez Molina (ambos ahora procesados por su presunto liderazgo en una red defraudación aduanera).

De este modo, desde hace 19 días, Guatemala tiene un gobierno provisional cuyos titulares, Alejandro Maldonado Aguirre (presidente) y Alfonso Fuentes Soria (vicepresidente), fueron designados por el Congreso de la República, según establecen las normas constitucionales.

Este breve resumen quedaría incompleto si obviáramos otro de los resultados de este río revuelto: el mapa político-electoral del país fue trastocado de un modo inimaginable un semestre atrás. Un candidato presidencial, Manuel Baldizón, que se consideraba seguro del triunfo en las elecciones del 6 de septiembre, fue arrastrado por la correntada de la indignación nacional. ¡No le tocó!

En cambio, emergió como ganador de carambola el candidato Jimmy Morales, a quien disputará la presidencia la candidata Sandra Torres, en las votaciones de segunda vuelta el próximo 25 de octubre. Así estamos, a la fecha.
En el fragor del debate político, tanto el cotidiano o de sobremesa familiar o laboral, como en el de los medios de comunicación masiva, incluidas las redes sociales, es frecuente escuchar o leer el desencanto por el resultado último de la decisión ciudadana en las urnas.

Para qué, se dice, tanto esfuerzo si otra vez tendremos que escoger el menor de dos males. “Otra vez, votar por el menos peor”, es la expresión que resume el desencanto de los críticos e inconformes, más numerosos que los admitidos por el establishment.

Ese dilema es inexistente en el discurso de los candidatos, de sus partidos y del sistema: “la fiesta terminó, vamos a votar el 25 de octubre y volvamos a la normalidad”. Eso es, palabras más, palabras menos, el mensaje.

Entretanto, los candidatos vuelven a sacarle el cuerpo al debate de los problemas de fondo del país, se concentran en los “ligues” necesarios para sumar votos (y recursos financieros para potenciar su capacidad de acarreo clientelar) para la segunda vuelta, mientras bajo cuerda alimentan las campañas negras del bullying político, la práctica desenfrenada del deporte nacional de la descalificación.

Se trata de llevarnos a un callejón sin salida aparente. “Con melón o con sandía”, nos dicen, cuando la experiencia reciente enseña que el destino del país, de la democracia profunda y del desarrollo no se agotan en esta elección.
La fatalista (y conformista) conclusión encerrada en la expresión “tanto luchar para volver a lo mismo”, es conveniente para el sistema. Sin volver a la vieja consigna de los años 60: “el camino de la revolución no pasa por las urnas electorales”, parece claro –para quienes nos situamos en el campo del progreso y la democracia profunda– que hay una agenda clara de luchas por librar antes y después del 25 de octubre, antes y después del 14 de enero de 2016.

¿Habrá que votar en segunda vuelta? Sí, pero las corrientes democráticas y populares no deberíamos extender un cheque en blanco.

Edgar Celada Q.
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