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Rituales de luna llena

lucha libre

Lucía Escobar

Con un poco de voluntad y espíritu aventurero, encontraríamos ese lugar mágico e indescriptible que prometían. La finca estaba rodeando el lago de Amatitlán, un poco más allá de donde los quijotes ya no pelean con los molinos de viento modernos, si no que devuelven el saludo circular de las enormes aspas que recogen el viento en el parque eólico San Antonio, en Santa Elena Barrillas. Con el sol despidiéndose en un esplendor de naranjas, transitamos por caminos olvidados y ondulados, hasta llegar a una señora ceiba frente al parque del pueblo. Ahí se celebraba una feria con su correspondiente exceso de licor, juegos de tiro al blanco, banderines al viento, jaripeo y desfile de reinas. Nos detuvimos aunque no era la fiesta que buscábamos.

El nuestro era un llamado ancestral, de una tribu urbana que danza alrededor del fuego. Ya no solo al ritmo de los tambores si no al latido de los beats. Nos une la fascinación por las noches de luna llena y el deseo de perdernos en la música una noche entera y algún amanecer.

No dormir, usar nuestro derecho al libre albedrío, desafiar las leyes de la física y de las buenas costumbres.

Llegamos a una explanada en las faldas del Pacaya, en la aldea Los Pocitos. Imponente, pelado y árido, orgulloso de sus cicatrices de fuego y lava, el volcán presumía de ser el mejor escenario natural para un rave. La noche anterior el viento había limpiado la decoración, llevándose el toldo y haciendo improvisar y adaptarse a las condiciones atmosféricas al staff del Fraktal Krew.

Del lado izquierdo del escenario, la cadena montañosa y la sierra madre que atraviesa el continente entero se lucía con su batería de volcanes dormidos y activos. El Hunahpú (o volcán de Agua), el Acatenango y el de Fuego delineaban de pura intensidad ese horizonte peculiar, volcánico y vivo.

La responsabilidad de mantenernos despiertos y felices cayó en Sonido Quilete,Kerosene Club, Orestis, Flipknot, Crooked Mind, Xhamanik Ritual, Otkun, Yonoise y Dirty Phreak.

El Pacaya se mantuvo toda la noche con un sombrerito de gases volcánicos, que bien podía ser nube o niebla. A ratos resplandecía de rojo como la corona de un rey rico. A lo lejos, y en algún momento, el de Fuego también escupía lava. Sentir y ver al mismo tiempo, dos colosos hacer erupción, fue un regalo único de los dioses.

Hacía donde miráramos había belleza.

De lado derecho, una inmensa ola de lava se había quedado detenida en el tiempo, en pleno movimiento violento, como si hubiese sufrido un hechizo que la dejó oscura y gris, petrificada en una vieja pasión, formando estatuas fantasmales que competían con las nubes en la perfección de su formas abstractas.
Si la tierra nos mostraba su cara más amable, el cielo se encaprichó en la competencia y en lucirse límpida y clara. Arriba, en la bóveda despejada, vimos atravesar a la luna llena cabalgando el cosmos por Escorpio sobre un cielo tímidamente estrellado. Enorme al principio de la noche y al despedirse, la luna se lució con un collar, una espiral de nubes que la acompañó en su viaje por la oscuridad.

La madrugada nos sorprendió bailando, peleando con el viento y el frío, saltando como niños, al ritmo de la música. En el frío del amanecer, aún recibimos varios regalos más: las nubes se vestían de rosas, fucsias y naranja pintando de colores el celeste del cielo. Y ahí, algunos pájaros, de los que me avergüenza no saber el nombre, planeaban en el cielo, jugaban, se divertían, caían, y quedaban flotando en el viento, presumiendo de no necesitar de psicodélicos para disfrutar de su derecho sagrado a volar.

Fuente: [https://elperiodico.com.gt/lacolumna/2017/12/06/rituales-de-luna-llena/]

Narrativa y Ensayo publica este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

Lucía Escobar
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