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Danilo Santos

Relatar nuestra moralidad no es ser negativo, hablar de nuestras falencias no es ser fatalista, decir las cosas como son no significa estar enfermo, sufriendo y al punto del suicidio; mucho nos hace falta como individuos y sociedad para aceptar que lo que vivimos en el Estado y todos sus organismos, en la calle, en la camioneta, en las banquetas, y por donde sea que palpiten nuestros corazones, lo hemos construido nosotros, y en el mejor de los casos, lo hemos aceptado.

Nuestra indolencia colectiva nos condena a la violencia; cada boca sin alimento, cada niño sin educación, cada mujer abusada, cada muerte cotidiana, cada acción perversa contra otro guatemalteco, nos construye el futuro. No podemos esperar paz y concordia si todos los días sembramos injusticia e indiferencia.

Nuestro pensamiento y comportamiento convergente nos conduce como sociedad a remozar una clase política corrupta, gobiernos intrascendentes y un sector privado ultra conservador. Espabilar a todo el espectro ideológico debería ser una tarea impostergable.

Si no intervenimos en la vida política de nuestro país para construir paz y prosperidad, tendremos lo que hasta ahora, violencia y latrocinio.

Los problemas que tenemos no se resolverán de manera total y única con una sola orden o acción, eso solo pasa en las dictaduras; se necesita de multiplicidad de frentes para atacarlos, tiempo, inversión, consistencia.

Hasta que no dejemos de condenarnos a muerte socialmente, tolerando que los niños trabajen en lugar de ir a la escuela. Resolviendo hasta la más simple de las desavenencias con violencia. Siendo racistas y carentes de empatía con el grueso de mujeres y niños indígenas condenados a la desnutrición y la sobrevivencia. La muerte será lo que cosechemos.

La vida de los nuestros la protegemos cuando como sociedad y Estado, velamos en principio por la vida digna de todos. Cuando la armonía y la paz social son la base de la lucha contra la pobreza y la marginación cotidiana, cuando inculcamos en todos los espacios de socialización el rechazo a la violencia.

Así que ya fue suficiente. Ya vimos hasta el cansancio a los que se endiosan excusándose en la tragedia de los más desfavorecidos, a los que desde su montaña de oro derraman sus moneditas para comprar un poquito de paz en sus oscuros corazones, ya fue suficiente; ellos tendrán que hermanarse con los que hoy intentan hacer florecer esta primavera, o sufrir la debacle de todo lo que construyeron y ahora conocemos como normal: normalmente desequilibrado, bárbaro y decadente; ya nos vimos a los ojos y detrás del fuego en nuestras pupilas se reconoce el hambre de otra Guatemala, de vivir y convivir sin arrancarnos la vida en el intento. Yace en nuestra sangre revuelta, una gota que no deja de luchar y que amenaza con curarnos de la historia que nosotros mismos hemos construido; hacernos huipil, una mancha del poderoso jaguar, nahual, perfecto calendario, glifo, eso nos toca ahora: es tiempo de dejar las armas cruzadas y el laurel, asumirnos de colores y reinventarnos. Reinventemos Guatemala.

Ya vimos hasta el cansancio a los que se endiosan excusándose en la tragedia de los más desfavorecidos, a los que desde su montaña de oro derraman sus moneditas para comprar un poquito de paz en sus oscuros corazones, ya fue suficiente; ellos tendrán que hermanarse con los que hoy intentan hacer florecer esta primavera, o sufrir la debacle de todo lo que construyeron.

Fuente: [lahora.gt]

Narrativa y Ensayo publica este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes

Danilo Santos Salazar