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¿Quién les paga a los migrantes?

Virgilio Álvarez Aragón

Resulta novedoso (y hasta reconfortante si llegara a ser cierto) decir que las oleadas de hondureños que se movilizan por nuestras carreteras en procura de un mejor destino han sido financiadas por un gobierno que no tiene ni para pagar los sueldos de sus empleados. De ser cierto, los expulsados por hambre de su patria al menos tendrían comida para este viaje y, siendo previsores, para algunos días más.

Para los incapaces, corruptos y demagogos no hay más salida que intentar encontrar culpables en otros lados de lo que ellos mismos han provocado. Y qué más que satisfacer a sus estultos secuaces con afirmaciones tan absurdas como esa.
Sacar ventaja del dolor ajeno ha sido siempre su consigna, ya sea alienando las conciencias con falsas esperanzas, manipulando informaciones o mintiendo descaradamente, como ahora sucede con el éxodo de hondureños que, de manera literal, huyen abierta y públicamente de su país.

Y es que los cientos de ciudadanos que diariamente escapan de sus países, en particular los centroamericanos, no lo hacen porque les parezca divertido y cómodo. Lo hacen porque no encontraron en su entorno las condiciones mínimas para sobrevivir decentemente. Lo hacen porque han perdido toda esperanza de labrarse una vida decente en sus comunidades. No es una decisión fácil, más aún cuando no se tienen mayores apoyos en el lugar hacia el que se huye.

Pero, tanto a Jimmy Morales, el que exige respeto de parte de su esposa (a lo que ella bobamente responde con una sonrisa sumisa y demagógica), como a Juan Orlando Hernández, ilegal y fraudulentamente reelecto, lo que les importa es seguir usufructuando las prebendas de sus cargos, de modo que los tienen sin cuidado el hambre y la miseria de la inmensa mayoría de sus conciudadanos, quienes, por cierto, votaron por ellos embaucados por sus falsas propuestas.

La situación se ha puesto realmente delicada en Honduras. No porque miles de ciudadanos hayan decidido marcharse, sino porque lo han hecho llevándose a sus familias con la intención de no volver, en un éxodo que se asemeja en mucho a los que países africanos destruidos por sequías y guerras han vivido en los últimos tiempos. Financiar esa fuga en masa resulta imposible. De ahí que, aunque se quiera culpar a la oposición de haberla promovido, el régimen de Hernández haya mostrado internacionalmente su colapso. Porque huyeron los que no tuvieron posibilidades financieras para escapar antes, los que no pueden pagar coyotes.

La masiva fuga tiene, sí, un beneficiario directo: el régimen xenófobo y autoritario de Donald Trump. Sin mayores posibilidades de traspasar la frontera, esos miles de hondureños son la muestra viva, según él, de la amenaza criminal que los centroamericanos pobres representan para el país que desde hace años ha dejado de ser el lugar de los sueños. El Gobierno estadounidense los muestra como la peor plaga del desierto para fortalecer su discurso racista en tiempos electorales, cuando en realidad son los brazos que podrían estimular la producción de ese país.

Las amenazas a los Gobiernos de Honduras y Guatemala de suspender la ayuda financiera despertaron supuestas defensas rotundas de soberanías que, sin embargo, realmente se convirtieron en sumisos telefonemas indicándole al mayordomo que en la finca todo se iba a componer y que no había por qué preocuparse. En cumplimiento de lo ordenado, se montaron férreos controles aduaneros para impedir que otros desesperados miserables intentaran ganar el cielo. Ahora sí los soldados y policías enseñaron armas y garrotes, los que esconden y disimulan cuando de tráfico de estupefacientes se trata.

Si de verdad quería detener el éxodo, masivo como el de ahora, a cuentagotas como el de todos los días, el Gobierno estadounidense no necesitaba amenazar con suspender la asistencia financiera. Es de solo prohibir durante un par de semanas el envío de remesas, y las improductivas élites económicas centroamericanas habrían depuesto a sus gobernantes y encontrado la forma de contener las migraciones. Prohibir las transferencias monetarias o imponerles impuestos altos a cambio de permitir la reunificación familiar en Estados Unidos aliviaría la vida de los migrantes, lo cual obligaría a las élites improductivas a modernizarse e invertir sus ganancias en el país. Pero eso ni pensarlo porque lo cierto es que ni en Centroamérica ni en Estados Unidos se quiere suspender el flujo migratorio, pues por décadas les ha resultado rentable a ambas oligarquías.

De la noche a la mañana, las fronteras de Guatemala resultaron infranqueables para los desesperados, que, ilusionados, creen llegar finalmente a un país donde les pagarán por su trabajo. Pero esto no significa que se hayan multiplicado las acciones y los esfuerzos por controlar el paso de criminales, sean estos delincuentes de cuello blanco o simples traficantes del bien de consumo más preciado en Estados Unidos: los estupefacientes.

Los miles que en estos días abarrotan carreteras mexicanas y por momentos guatemaltecas son la muestra fehaciente de que los gobiernos de Morales y Hernández, producto directo de élites económicas fracasadas, no tienen nada positivo que ofrecer a sus poblaciones, pues están corroídos hasta el tuétano de corrupción y sangre.

El éxodo se topará con la agresión silenciosa del Gobierno mexicano y, al final, con la violencia estadounidense. Lograrán el objetivo unos pocos, los que podrían haber migrado en los silenciosos trasiegos diarios de personas que han enriquecido a los corruptos guardias fronterizos. Los más, o se dispersarán por México rumiando su fracaso e intentando ingresar a Estados Unidos en cualquier momento, o retornarán frustrados a su país, convencidos de que su Gobierno es bueno para nada, y también, en alguna oportunidad no lejana, intentando desaparecer de tan inhóspito mapa.

Morales y Hernández representan la élite fracasada que se aprovecha de las remesas y del temor ciudadano. Los miles de migrantes, mientras tanto, ven hecha trizas su ilusión de un país mejor y para todos.

Fuente: [https://www.plazapublica.com.gt/content/quien-les-paga-los-migrantes]

Narrativa y Ensayo publica este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

Virgilio Álvarez Aragón