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¡Que viva el sufrimiento!

Piadosa estampita de Semana Santa.

Mario Roberto Morales

Según José Antonio Maravall, autor del clásico libro La cultura del barroco, la imaginería religiosa en este estilo artístico es un ejemplo elocuente de cómo el arte cumple efectivas funciones ideológicas de manipulación de masas. En efecto, el patetismo sangriento, la tortura, el martirio y la muerte son aquí utilizados en función de exacerbar el sentimiento de culpa en los creyentes, mediante el operativo ideológico de hacer que la feligresía identifique el sufrimiento de Cristo, su madre y los santos con la pesada carga de su pecado original, provocando de esta manera que el feligrés se sienta compelido a hacer suyo (aunque sea un poco de) ese sufrimiento ajeno, del cual se siente responsable, expiando su culpa mediante sacrificios rituales que van desde la autoflagelación hasta el maltrato a otros, pasando por toda esa gama de actuaciones piadosas que se ponen en escena durante las procesiones y otros rituales sadomasoquistas de la Semana Santa.

Maravall arguye necesidades políticas y económicas para explicar que el poder monárquico y eclesiástico del siglo XVII español auspiciara la imaginería religiosa barroca a fin de mantener cohesionadas a sus masas en torno a la culpa por la trágica suerte de Cristo. En la actualidad y en nuestro medio, después de más de cuatro siglos de conformación de mentalidades colectivas por parte de la imaginería religiosa del barroco americano, buena parte de las masas se cohesionan en torno al mismo ritual expiatorio. Esto, porque la culpa paga. Si no, que lo digan las iglesias. Tanto las que se valen de imágenes como las que las prohíben. Pues ambas cultivan con primor esta malsana emoción en sus clientelas espirituales, al tiempo que se proponen como las clínicas para alcanzar su alivio temporal.

Desde hace mucho sabemos que los latinoamericanos tenemos una visión melodramática de la existencia debido a que el catolicismo que trajeron los españoles en el siglo XVI ―junto con la cultura del barroco― era inquisitorial; y esa huella ideológica está todavía fresca en el imaginario popular, cuya religiosidad es más ritual que conceptual o teológica. Esta religiosidad vacía ha empatado a la perfección con la cultura militarista y autoritaria que españoles y criollos instauraron aquí durante la Colonia. Y de esa cuenta, nadie entiende por qué debe sufrir pero se dedica con esmero a hacerlo; y a eso se debe que cada Semana Santa asistamos al desborde callejero de nuestras afligidas masas en pueblos y ciudades, recreando con mayor arrebato la pena por la patética muerte de Cristo que la dicha por su gloriosa resurrección.

Ergo, el clima emocional de la Semana Santa resulta asfixiante y constipado, y además enrarecido por el incienso y el calor acuoso de la estación, pues se pone en escena un espectáculo que reproduce el control ideológico que mantiene a las masas ignorando las causas reales de sus amarguras medievales en plena posmodernidad. Lo cual ilustra que la cultura del barroco sigue vigente en nuestra visión melodramática del mundo. Por eso nos gusta tanto vivir vidas ajenas mirando telenovelas en las que los personajes no piensan sino sólo sienten. Y nos fascina adorar a dioses que nos castigan endilgándonos culpas que no son nuestras, pero que nos hacen sentir importantes porque, al exhibirlas, nos tornan merecedores de la anhelada consideración del prójimo. ¡Que viva el sufrimiento!

Mario Roberto Morales
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