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QEPD tus muertos

lucha libre
Lucía Escobar
@liberalucha

La primera imagen que tengo de Efraín Ríos Montt proviene de una vieja televisión en la sala de la casa. Una marimba, el himno de Guatemala y el anuncio de un golpe de Estado. Faltamos al colegio y el miedo podía olerse en la casa y en la calle. Aunque mis padres eran apolíticos, la situación en esa época era de una tensa normalidad. Cualquier estudiante joven o profesional podía ser desaparecido por simpatizar con la guerrilla o tener inclinaciones solidarias.

El general ERM fue parte importante de un engranaje social que permitió, promovió y perpetuó la desaparición y el asesinato de miles de civiles inocentes, el exterminio de aldeas enteras, el exilio de muchas comunidades indígenas, la ruptura del tejido social y la siembra del horror y del miedo como forma de represión social.

Al igual que otros dictadores de Latinoamérica, fue protegido por una cúpula empresarial, política y militar que dictó y escribió con sangre las páginas más vergonzosas de la historia reciente.

Durante los primeros ocho meses del gobierno de ERM hubo un pico de violencia sin precedentes: en el Área Ixil se borraron del mapa un 70 por ciento de las aldeas. Hay documentadas en occidente un promedio de 19 masacres cada tres días, 152 matanzas de indígenas antes del primer año en el poder.

Miles de familias quedaron destrozadas. Comunidades enteras fueron partidas, diezmadas, humilladas y exterminadas. Las víctimas se aferraron a la ilusión de la justicia, a la esperanza de que algún día, los culpables pagarían por sus actos y la crueldad desmedida. Durante años, testigos y sobrevivientes esperaban ver sentados en el banquillo de los acusados a sus verdugos. Tal vez confesarían quién les mandó a desaparecer aldeas enteras y lo más importante: dónde dejaron tirados los cuerpos de más de ochenta mil desaparecidos.

Cuando el general fue citado para declarar en el juicio por Genocidio y Crímenes de lesa humanidad, muchos esperaban al menos un intento de explicación del horror, los más ingenuos pedían una disculpa que ayudaría a las víctimas a construir el perdón.

Lamentablemente, la respuesta cobarde del general golpista fue blindarse con artimañas legales para evitar hacerse responsable de lo que sucedió bajo su mandato: masacres, tortura, desaparición forzada y crímenes de lesa humanidad. Con ello amputó la posibilidad de pasar página dignamente a la historia de muerte y violencia que él mismo escribió en sus años como dictador.

ERM además de pastor evangélico y general, era padre, esposo y seguramente un abuelo querido por sus nietos. Imagino la lealtad y el cariño que le tenía sus subalternos. Me es posible entender que nadie es completamente malo o bueno. Hay lágrimas y tristeza sincera incluso en el funeral de un genocida. Porque por muy demonizado que esté ser militar, haber sido guerrillero, activista o soñador, todas las familias merecen velar a sus muertos, realizar un funeral (si quieren rápido y discreto) y tener un lugar dónde enterrarlo y rezarle.

Aquí, en este país en construcción, hay muchísimas familias que no han tenido esa dicha. Ochenta mil por lo menos. Por eso contestar a la pregunta ¿dónde están enterrados los desaparecidos?, sigue siendo un deber de humanidad pendiente de resolver para construir la paz.

No creo en un infierno más allá de la muerte. Pero aquí en estas tierras hermosa y prósperas, algunos han sido capaces de recrearlo vívidamente. Solo se necesita un loco con ínfulas de mesías, un ejército obediente y un pueblo sumiso e indiferente.

Fuente: [https://elperiodico.com.gt/lacolumna/2018/04/04/qepd-tus-muertos/]

Narrativa y Ensayo publica este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

Lucía Escobar
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