Carlos Figueroa Ibarra
Desde que di a conocer mi posicionamiento con respecto a la invasión rusa en Ucrania, he recibido mensajes de odio, ataques a mi postura desde la derecha y también razonamientos atendibles hechos por algunos de mis conocidos, colegas y compañeros que tienen posturas de centro y de izquierda. Dos son los planteamientos centrales que en los medios de comunicación dominantes en el mundo se divulgan y que también son zona común entre los críticos de derecha e izquierda a la invasión de Ucrania: 1. La invasión es una guerra de agresión que provoca gran sufrimiento y mortandad a población civil inocente. 2. La fuerza invasora es una potencia expansionista dirigida por un autócrata que ha impuesto un régimen autoritario en Rusia.
Desde la derecha se argumenta además, que Putin es un resentido que quiere restaurar a la Unión Soviética recuperando todos los territorios y el área de influencia en Europa Oriental que se perdieron al final de la guerra fría. La crítica más anticomunista identifica a Putin y a la Rusia actual con el comunismo Desde la izquierda, el reproche va en sentido inverso: los de izquierda no deberíamos defender a Putin porque es un líder ultranacionalista cuyo proyecto es el mantenimiento de un orden autoritario de carácter capitalista.
La respuesta a todas estas observaciones de izquierda y las de derecha (que son difundidas masivamente a través de la dictadura mediática mundial), es sencilla: advertir que el imperialismo estadounidense y la OTAN como su instrumento, son los responsables fundamentales de la invasión y guerra que ahora sufre Ucrania, no significa ser ignorante defensor de Putin y de la naturaleza de su triunfante proyecto político. Mucho menos ser insensible ante el sufrimiento ucraniano y abandonar el principio de la libre autodeterminación de los pueblos.
Acontece que Vladimir Putin no es un gobernante del montón. No en balde lleva más de dos décadas de ser el hombre fuerte de Rusia y si lo que sucede en Ucrania no termina en un desastre para Rusia, seguirá siéndolo durante un buen tiempo más. Pude corroborar esto, las dos veces que estuve en San Petersburgo (2015 y 2017) y constaté la enorme popularidad de Putin en Rusia (80%), la cual transpiraba la ciudad.
Esa popularidad se la ha ganado a pulso, porque Putin logró convertirse en el símbolo de un elemento que gravita con enorme peso en la conciencia rusa: el orgullo nacional que en sus extremos se vuelve lo que el gran historiador de filiación trotskista Isaac Deutscher (1907-1967) llamó “chauvinismo gran ruso”. Una expresión por cierto conocida entre los revolucionarios rusos desde antes de 1917.
El liderazgo carismático de Putin tiene raíces históricas. A Mijail Gorbachov (1985-1991) la URSS se le deshizo en las manos pese a los esfuerzos denodados de la Perestroika. Boris Yeltsin (1991-1999) profundizó el caos y el sufrimiento social del pueblo ruso que siguió al derrumbe soviético y fue ejemplo patético (entre otras cosas por su alcoholismo y corrupción) de la decadencia rusa. Putin logró frenar ese caos, se convirtió en líder de un partido nacionalista de derecha (Rusia Unida afiliado al denominado conservadurismo ruso) y logró reventar el poderío enorme de la gran burguesía rusa que surgió con el derrumbe soviético.
También afirmó el poder del Estado frente a las mafias que crecieron en medio del debilitamiento estatal pos-soviético. Aplastó cruel y despiadadamente los brotes de terrorismo checheno e invadió Georgia cuando esta antigua república soviética quiso incorporarse a la OTAN. Como ahora se pretende hacer con Donetsk y Luhansk, la intervención rusa en Georgia en 2008, culminó con el reconocimiento de las repúblicas de Osetia del Sur y Abjasia. Putin ha fortalecido y centralizado el Estado Ruso y ha logrado sortear con éxito crisis económicas y el empobrecimiento del pueblo ruso. También al convertir a Rusia de nuevo en una potencia gravitante en el concierto mundial, atizando el orgullo nacionalista ruso, cierra con éxito las causas de su hegemonía incontestable.
Putin y Rusia Unida (324 escaños de 450 en la Duma Estatal) tienen a su izquierda al Partido Comunista de la Federación Rusa (57 escaños) y a su derecha al ultraderechista Partido Liberal Democrático (21 escaños). Dos fuerzas que distan mucho de disputarle seriamente su hegemonía. Putin no es comunista, todo lo contrario. Ni Rusia quiere ser de nueva cuenta la Unión Soviética. Putin y Rusia solamente están reaccionando defensivamente ante el imperialismo estadounidense. Pero Putin está convencido de que lo que la incorporación de Ucrania a la URSS como republica autónoma, fue un error gravísimo y que de persistir su resistencia a la invasión pone en serio riesgo su condición de Estado.
Con Putin al frente, Rusia como potencia renaciente quiere contener al expansionismo estadounidense que le ha creado un flanco en el Atlántico con la OTAN y está creándole un flanco en el Pacífico con Japón, Corea del Sur y eventualmente Taiwan. Esto último hace que China no sea ajena al conflicto en Ucrania. Además, EUA y la OTAN le tienen cerradas a Rusia las puertas hacia aguas cálidas en el Mar Báltico en el estrecho de Skagerrak con Noruega y Dinamarca y en el Mar Negro con Turquía en los estrechos de Bósforo y Dardanelos.
En 1870 cuando el imperio francés con Napoleón III al frente invadió Prusia, Marx calificó la participación de Prusia como una guerra defensiva. Una vez que Prusia pasó de la defensiva a la ofensiva, Marx se deslindó y concibió la guerra franco-prusiana como una guerra entre imperios. Puede concebirse la invasión de Rusia a Ucrania un acto defensivo, pero no puede discutirse el derecho de Ucrania a ser un Estado independiente. Si Rusia escamotea ese derecho dejará de estar actuando defensivamente y pasará a protagonizar un expansionismo imperialista. He aquí la realidad de la geopolítica: asistimos a una confrontación entre potencias, pero entre ellas es Estados Unidos quien ha provocado un conflicto que puede acabar con la humanidad. Más allá de nuestra consternación ante la tragedia del pueblo ucraniano, me parece una gran hipocresía lamentar esa tragedia, sin condenar enfáticamente sus causas.
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