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Puré para cerdos

Lo que siempre quiso saber sobre la crisis pero temió preguntar.

Mario Roberto Morales

La humanidad padece un sistema económico en el que, como dice Guillermo Almeyra (La Jornada 26-1-14), “85 personas tienen una riqueza similar a la de 3 mil 500 millones de otros seres humanos”. Nos rige una estructura cuya piedra angular es la concentración de la riqueza producida por las mayorías, en las (cada vez menos) manos de una oligarquía planetaria que se esconde tras nombres de corporaciones, las cuales pueden perpetrar este delito porque, según la ley que ve la libertad humana como libertinaje corporativo, una empresa no es sujeto jurídico. Para renovar este sistema sirve el foro de Davos.

A fin de incrementar el ritmo de esta demencial concentración, las corporaciones imponen a los gobiernos medidas antipopulares (como ajustes estructurales, guerras, golpes de Estado, genocidios y asesinatos selectivos), y cada cierto tiempo provocan crisis sistémicas, como la que empezó en EEUU el 2008 –la cual sigue destrozando a países como España– cuando la oligarquía financiera mundial hizo recaer en las ciudadanías las consecuencias de operar con cifras que indicaban cantidades de dinero sin su respectivo respaldo en forma de mercancías, para lucrar mediante la especulación bursátil. El negocio fue un éxito. Y las corporaciones trasladaron el pago de las consecuencias al Estado. Por eso, el Gobierno de Obama rescató a la banca que perpetró el fraude. Y con ello posibilitó la perpetuación de una estructura que necesita de estos cracks para subsistir, permitiéndole iniciar un nuevo crecimiento de la concentración de la riqueza que producen las mayorías, hasta cuando haga falta provocar otra estafa planetaria que permita a los mencionados happy few renovar el sistema (desde Davos y Mont Pelerin), evitando que las mayorías eleven demasiado su nivel vida.

Esta es la lógica sistémica neoliberal del llamado capitalismo salvaje: un conjunto de procedimientos encaminados a incrementar la concentración de la riqueza producida por todos en una mínima oligarquía mundial que controla a la humanidad mediante el entretenimiento banal corporativo, mismo que nos infantiliza (sin ofender a los niños) y nos convierte en los autómatas “felices” que predijeron Aldous Huxley en Un mundo feliz, George Orwell en 1984, Ray Bradbury en Fahrenheit 451 y Terri Gilliam en Brasil. Es decir, nos convierte en una humanidad que camina entusiastamente hacia el abismo, como aquellos niños sin rostro –en Pink Floyd The Wall– que salen marchando de la maquinaria educativa oficial para caer en un molino que los convierte en puré ¿para cerdos?

La ideología neoliberal traiciona el principio liberal de educar a las mayorías para crear ciudadanos cultos y conscientes que edifiquen la democracia, y propone una educación elitista para los oligarcas mundiales y los tecnócratas a su servicio, y la entretención intelicida y el aprendizaje de oficios para las mayorías. Esto, porque sólo sobre una humanidad inculta e incapaz de entender el sistema en que vive, puede la élite mundial imponer la idea de que este sistema es el mejor posible y que no se puede hacer nada más que estirarlo ad aeternum. Esta es una idea contrainsurgente. Y brota del Gran Hermano que llevamos con nosotros en cada suscripción a Facebook, a Whatsapp, a Twitter.

Sin renunciar a estas suscripciones, nos urge actuar con pensamiento crítico y rebeldía. Sólo así escaparemos a ser puré para cerdos.

Mario Roberto Morales
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