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Pueblos indígenas y la paz en Guatemala I

Soy de la generación del limbo. Conscientes de la violencia, pero sin estar afectados personalmente.

María Aguilar

A 20 años de la firma de los Acuerdo de Paz deseo reflexionar sobre lo que estas dos décadas han significado para el país, pero especialmente para los pueblos indígenas y las generaciones que nacieron al final del conflicto. Dado el contexto sociopolítico, hoy más que nunca se necesita un análisis agudo sobre lo que “la paz” y los acuerdos que la componen permitieron a las y los indígenas, no solo como un hecho pasado sino como parte de los retos y obstáculos que aún deben ser afrontados y vencidos.

Pertenezco a la generación que nació en los últimos años del conflicto, cuando las masacres en el área rural habían disminuido, aunque aún faltaban años violentos para la capital. Soy de la generación del limbo. Algunos conscientes de la violencia pero sin ser afectados de manera personal, mientras a otros sus padres lograron blindarlos de tal manera que ven el conflicto como ajeno e intrascendente.

En lo personal, la Firma de la Paz el 29 de diciembre de 1996 fue un momento determinante en mi vida. Ese día, mientras mis padres y yo observábamos el evento por televisión, mi abuela paterna esperaba en la Plaza central el retorno de su hijo mayor. Sin embargo, Sergio no volvería hasta el año siguiente, cuando sus restos retornaron para ser enterrados rodeados por la tierra y los volcanes que lo vieron nacer.

Su búsqueda significó entender ¿qué pasó con él?, consultar diarios en la hemeroteca, revisar cajas de fotos de sus compañeros y leer el libro de XX de los cementerios. Posteriormente, escuchar el relato de su muerte, presenciar cómo la fosa común se abría para revelar restos de otros antes de que se llegara a los de él. Yo tenía nueve años y una parte de mi decidió que sería la Historia la que en algún momento me ayudaría a entender el proceso que había desembocado en su ausencia.

A mi la paz me marcó porque la guerra lo hizo primero. Hoy Guatemala, consciente de ello o no, sigue cargando la herida cangrenada de la guerra. Por eso, después de 20 años, hablar de paz no es hablar de logros, sino de utopía.

Soy de la generación del limbo. Algunos conscientes de la violencia pero sin ser afectados de manera personal, mientras a otros sus padres lograron blindarlos de tal manera que ven el conflicto como ajeno e intrascendente.

Fuente: [www.elperiodico.com.gt]

Narrativa y Ensayo publica este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

María Aguilar Velásquez
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