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Producir menos y vivir mejor

El sentido profundo del derecho a la pereza.

Se le llama tiempo libre al requerido para que la fuerza de trabajo se reproduzca a sí misma por medio del descanso, la alimentación, la recreación y la procreación. El precio de este tiempo es el salario. No así su valor, el cual se mide por la cantidad de bienes o servicios producidos por la fuerza de trabajo durante la jornada laboral. El valor de la reproducción de su fuerza de trabajo lo crea el empleado en las primeras horas de la mencionada jornada. Y el valor de lo que produce durante el resto de la misma se lo apropia el dueño del negocio.

El tiempo libre se ofrece como lapso para reciclar la fuerza laboral por medio del ejercicio de la libertad y la creatividad. Pero en la práctica el sistema lo convierte en un lapso para consumir. Por ejemplo, en las viejas tiendas de raya el precio del alimento, la ropa y la bebida lo pagaban los peones al patrón con los vales que éste les daba como precio de su fuerza de trabajo. Hoy, el tiempo libre, entendido y practicado como entretenimiento hedonista, ha sustituido a las tiendas de raya con los parques temáticos, los centros recreativos, la televisión y, en general, la industria del entretenimiento, con cuyos consumos lo menos que el trabajador ejerce es su libertad y su creatividad. En lugar de éstas, cultiva el consumismo compulsivo que convierte el tiempo libre en tiempo para la plena realización de la mercancía, es decir, en otra forma de acción enajenada: esa que se hace para beneficio de otros y no del propio; con lo cual el individuo atenta contra su capacidad intelectiva y moral, pues sucumbe a la ilusión de que consumir más equivale a ser mejor que quienes consumen menos.

Como se ve, el trabajo enajenado hace del tiempo libre un tiempo enajenado. En otras palabras, el tiempo libre concebido y practicado como espacio para consumir, forma parte esencial de la realización de la mercancía-trabajo. Lo que quiere decir que en el capitalismo no hay tiempo libre en realidad, sino sólo un simulacro del mismo. Porque cuando creemos descansar, estamos de hecho consumiendo.

En su libro El derecho a la pereza, Paul Lafargue propone producir menos mercancías innecesarias y ampliar el tiempo libre de los trabajadores, aduciendo que el beneficio humano de hacerlo sería inmenso, ya que la baja en la producción no afectaría el bienestar de nadie porque sólo se dejaría de producir lo innecesario y, de otra parte, las ventajas de que los trabajadores tuvieran más y mejor tiempo libre se traduciría en un elevamiento de las cualidades de las mayorías y en mayor eficiencia laboral.

El derecho a la pereza es pues el derecho a un tiempo libre cualitativamente distinto al simple tiempo para consumir que nos imponen para reproducir nuestra fuerza de trabajo. Esta es la racionalidad económica que Lafargue propuso al capitalismo para evitar la muerte de la libertad y la creatividad humanas, cuyos síntomas presenciamos actualmente en los Columbine y los Virginia Tech, y en las guerras que promueve la industria armamentista y energética por medio de sus agentes de Mont Pelerin, sirvientes de cuello blanco de ese dos y medio por ciento de la población planetaria que conforma la oligarquía global, misma que ahora transita una fase extractiva de minerales preciosos en el orbe entero.

Lafargue propuso producir menos objetos inútiles y vivir mejor. Así de simple. Así de lógico. Así de hermoso.

 

Mario Roberto Morales
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