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Texto leído por el autor en la Fundación del Centro Cultural del México Contemporáneo el 7 de diciembre recién pasado.

Presentación del libro El ojo del alma, de Carlos Adampol Galindo

Vivimos una época en que nuestros sentidos están sobrestimulados de manera permanente y nos encanta, queremos más. Más imágenes, más noticias, más emociones. En lo que pocas veces reparamos es que ese sobrestímulo nos tiene aletargados. Vivimos intoxicados por lo que comemos, aturdidos por lo que miramos y cada vez sentimos menos.

Hacer este libro fue un proceso de transformación, porque nació como idea hace mucho tiempo, pero como una posibilidad hace muy poco. Desde que me decidí a hacerlo, de alguna manera también decidí transformarme, porque me sentía desconectado de lo cotidiano, aun de los más cercanos. Decidirme a hacerlo fue una transformación en la manera de vivir mis días, de salir a la calle sin ningún objetivo y hacer lo que me gusta, de darme el tiempo necesario para hacerlo, de darme permiso para crear y en el proceso transformarme, darme permiso para disfrutar cada cosa que hago. Buscar maneras distintas de hacer las cosas, como en lugar de tomar un transporte, caminar los 10 km a casa de mis padres, ¿porque no?. Sólo abrir un espacio donde crear algo, hacer de cada día una experiencia interesante, con sentido propio. Lo contrario es hacer algo que detestamos, hacerlo con abandono, en apatía, al ahí se va. así no aprendemos nada, si acaso lo más duro, cuánto lo odiamos, cuánto se nos va la vida en algo que no nos gusta. La solución es un camino eterno que inicia con un paso, el que se da cada instante.

¿Alguna vez se propusieron hacer algo que les fuera muy difícil? Justo de eso trató hacer este libro, de hacer lo necesario para que el cuerpo funcionara en lo que sea que hagamos. Funcionar cuando se está triste o cuando se está alegre, enojado o eufórico, igual funcionar bien, funcionar solo o bajo presión, funcionar al máximo e ir más allá de lo que creía que podía hacer.

Dudo que esto sea cuestión de proponerse u obligarse a algo, tiene más que ver con simplemente hacerlo. Hacerlo en todas partes, en cualquier momento. Si me doy cuenta de que lo que estoy haciendo no funciona, si me doy cuenta de que puedo encontrar una manera más simple, más provechosa, simplemente hacerlo. Darme cuenta y hacerlo hasta dominarlo de la misma manera que se requiere dominar una cámara para hacer fotografía.

Dar vida a este libro fue como ponerse un tango en los audífonos y salir a fluir por la ciudad; fluir cuando todo sale bien o cuando todo parece ir en nuestra contra. Cuando se tiene toda la energía y cuando no se puede más, cuando han pasado  horas y horas de trabajo, vivir con esa fuerza de la pasión por lo que se hace. Deslizarse por la ciudad no requiere esfuerzo, sólo aplicar la fuerza necesaria. Por eso la bicicleta fue parte tan importante de este proceso de aprender a fluir por la vida, entre los autos en el tráfico, o en una calle vacía pedaleando sin manos, domarla hasta aprender cada pequeña parte de su funcionamiento, como responde a cada movimiento, cuánto espacio se necesita para frenar, cómo se esquiva una hormiga.

Hacer este libro no solo se trató de transformar mi cuerpo o la forma en que me muevo, también fue un proceso de búsqueda interna, de  darme cuenta de las cosas que pasan desapercibidas, como la forma en que reacciono a algunas emociones, como la forma en que las expreso. ¿Creen que se puede cambiar eso? ¿Cómo reaccionamos ante el miedo o el coraje? ¿O creemos que está tan atado a nosotros, a lo que somos, que es imposible cambiarlo? Observar el interior fue mi camino directo a darme cuenta cómo puedo transformar algo de eso. Indagar en mis emociones, ¿por qué estoy triste hoy?, ¿por qué aparece esa ansiedad?, ¿por qué estoy enojado?, ¿por qué estoy tan contento?, ¿qué me pone así?, ¿cómo reflejo todo en los demás? Como reaccionamos, es como nos desempeñamos. Prestar atención es entrar al flujo de la vida, transformar lo que no nos guste, elevar nuestros sentidos, la calidad de nuestra vida, el nivel de conexión que tenemos con los otros. En mi experiencia, eso hace que conectemos, y conectar con los otros es la mayor felicidad, es vivir en un estado de eterno agradecimiento, encontrar el goce en todo lo que se hace, en cada una de esas conexiones. Es el placer de conocer a cada uno de ustedes, de agradecerles por estar en mi vida.

Funcionar bien trata normalmente de poner atención. Si hacemos algo que no hacíamos hace mucho tiempo, el cuerpo se olvida. Enseñarle al cuerpo es poner la atención necesaria y construir a partir de esa atención. Pienso en mil cosas más en lugar de prestar atención a lo que tengo que hacer y así nada funciona. Si estoy en atención plena de lo que hago —si cuando busco las llaves, busco sólo las llaves y no doy vueltas en círculo pensando en mil otras cosas—, si estoy atento, puedo tomar medida de la atención necesaria, puede la memoria del cuerpo tomar una parte y dejar libre el resto de nuestra atención para algo más. Un segundo pensamiento que se apila en un nivel superior de conciencia, un área superior de pensamiento en nuestro cerebro. Algo así como contar mentalmente mientras se contempla.

Todas esas pequeñas cosas que nos distraen mientras intentamos poner atención, los pensamientos que ocupan gran parte del día y que luego pasan por completo desapercibidos, es como si cada uno, en secreto, nos llamara desde su pequeña ventana interior. Y si algunos de esos pensamientos vuelven y vuelven, es porque deben estar llamando fuerte desde dentro, diciéndonos «¡hey!, mira aquí, mira esto que está pasando, esto que eres». Es un nivel de pensamiento más denso en un mar de posibilidades. Cerrar los ojos y concentrarnos en lo que llama nuestra atención, para después traerlo a la conciencia cotidiana, es entender lo que nos decimos desde niveles más profundos. Es una especie de salir de sí y mirarse desde fuera, y con sólo hacerlo, abrimos un espacio en nuestra conciencia de lo posible, integramos  un nuevo espacio a eso que somos. Al observarnos desde fuera creamos espacio donde antes parecía no haber más. Espacio en el que podemos llenar nuestras vidas de nuevas habilidades, de nuevos pensamientos. Espacios para ser más felices, para amar más, para perdonar más, para conectar más, para vaciarse más.

Es aquí donde uní la meditación con la fotografía, usé ese acto planeado para abrir un espacio en el que podía sentir el ahora. Me puse en una situación donde el asombro de estar presente podía fluir. Lo increíble es que lo único que necesitamos es hacer algo que nos guste mucho, que nos haga sentir bien, que represente un reto y cualquiera podría experimentar ese ahora. Basta ponerse en ese lugar fuera de lo que somos, fuera de la vorágine de pensamientos sobre el futuro y la obsesiva necesidad de mirar al pasado. Eso que llaman Awe, o estado de asombro, es una técnica para fluir, para tener experiencias de inmersión en nosotros mismos. La fotografía de El ojo del alma es eso, pequeñas meditaciones, espacios de tiempo que me adentran a ese estado de FLUJO en los que se está conectado por completo con lo que se hace, inmerso en el instante, un estado de éxtasis de los sentidos en el que se da lo mejor de sí. El tiempo se detiene, el yo desaparece, los movimientos fluyen sin esfuerzo, y la atmósfera se torna densa de realidad. Es el estado del atleta a unos metros de la meta, del músico interpretando su solo, del equilibrista parado sobre la cuerda, del ejecutivo que habla con un montón de clientes a la vez que soluciona sus problemas, del que vive la vida como si se tratara de un acto de arte, el acto que se interpreta ante la propia muerte, y así el día que nos visite poder decirle: éste fui yo, así bailé. Hacer de la vida un acto con sentido, que honre a la vida misma, como la flor que abre en el campo porque sí. Como escribió el poeta rey Nezahualcóyotl: «dejar al menos cantos, dejar al menos flores». Desempeñar lo mejor que podamos el papel que nos tocó. Fotografiar como un guerrero Zen para cortar de tajo la realidad y abrir una brecha entre tomar una fotografía y estar presente al hacerla, meditar para sentirnos vivos en un mundo cada vez más dormido, perforar el velo de la realidad y dar un vistazo más allá.

Vivimos una época en que nuestros sentidos están sobrestimulados de manera permanente y nos encanta, queremos más. Más imágenes, más noticias, más emociones. En lo que pocas veces reparamos es que ese sobrestímulo nos tiene aletargados. Vivimos intoxicados por lo que comemos, aturdidos por lo que miramos y cada vez sentimos menos. La microdosis de indignación por el último y más descarado robo del gobernante en turno no se suma en una irritación colectiva y más grande; al contrario, nos aplasta en indiferencia, siempre y cuando sea lejos o le pase a alguien más. El estímulo nos mantiene ocupados en el ruido mental del qué vamos a hacer y terminamos por no hacer nada. Hacer estas fotos consistió en dosificar el estímulo, hacer una pausa y generar un silencio al caos del mundo. Adentrarme en la contemplación, dejar que lo observado se adentrara en mí, hacer de ese silencio un espacio de creación para poder transmitirlo a otros. Que cuando miren estas fotos se adentren en su complejidad como si se tratara de un mantra diseñado para llevar nuestra atención a todos lados. Una meditación visual en la que puedan ver reflejado algo de ustedes mismos. Una microdosis de silencio que alivie el aturdimiento y nos permita descubrir emociones y estados de conciencia más profundos. Si lo lograra, todo mi trabajo tomaría sentido. Les agradezco enormemente.

Sitio del autor: www.elojodepez.com

Hacer estas fotos consistió en dosificar el estímulo, hacer una pausa y generar un silencio al caos del mundo.

Carlos Adampol Galindo
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