Werner Ovalle López
DEFENSA DEL OLVIDO
Somos la lenta muerte, de gloria invertebrada,
soldados derrotados de las ciencias insomnes;
el ojo de la luna nos mira intensamente
sin envidia ni júbilo por nuestras alas de hombres.
Una soledad vida de espinas y relámpagos,
una sed de naufragio nos cae de la noche
y en la antesala clara del corazón caído
crece un geranio oscuro de aromas monocordes…
Yo no niego la risa
ni escondo los colores;
tengo en las manos firmes
romances y canciones;
pero pregunto, auténtico,
directo como un hombre
¿hacia dónde nos lleva
la fuerza de los dioses?
Su cintura de aroma las rosas fusiladas
dejaron en la esquina vital del horizonte;
algunas eran jóvenes como espigas de junio;
otras llenas de música como alma de sinsontes.
Y aquellas que me amaron tenían un destino
de guitarras violadas sobre la medianoche
cuando los perros muerden los túneles del cielo
y el amor sangra y besa la raíz de los soles.
Yo no niego la rosa
ni su aroma de adioses:
florece en mis poemas
con pétalos sin nombre;
pero afirmo, sencillo,
sin estrellas ni flores
que en el hombre no muere
sino nace la noche!…
MÉDICO Y CIRUJANO
Preguntadle su nombre, su antiguo nombre alzado
entre amapolas niñas y claveles sonoros.
Preguntadle el origen de su voz, y el cayado
de su aorta que tiene la emoción de los coros.
Y Él dirá que su nombre con Hipócrates vino
y perdura en el nombre de Jesús Nazareno,
porque es hijo del llanto y capitán del destino
cultivado en el sueño natural de Galeno.
Preguntadle su ruta; su camino aturdido
de dolientes arterias y pupilas llorosas;
preguntadle si siente que el crepúsculo herido
lo circuye de antorchas y lo enciende de rosas.
Y Él dirá que traía Paracelso su ruta
y su abierto camino de profeta y soldado,
porque bebe los jugos de la clínica fruta
y sus manos suprimen el dolor despertado.
Preguntadle las noches de neurosis y fuego
con las manos oscuras en las carnes heridas,
los oídos ahogados en el llanto y el ruego
y en los labios un río de esperanzas suicidas.
Y Él dirá que en sus manos está el sueño del mundo
y en el mundo la savia de su voz desoída;
porque es simple el anhelo de su verbo fecundo
derramado en el árbol, y el mercurio, y la vida.
Preguntadle si sabe de los cálidos lechos
que formó Panacea con espumas y venas;
o si absorbe la leche matinal en los pechos
que trajo Hygias del cielo como azules colmenas.
Y Él dirá que es amante de las diosas silvestres,
que venera el alivio y la salud aproxima
con aliento de nube, con empujes terrestres
camarada del agua, de la sangre y el clima!
Salve Apóstol sencillo del amor infinito
que los músculos corta con la vida en la mano!
Que suprime del árbol el retoño marchito
y está el árbol erguido como un hombre lozano!
Salve Gran Caballero de la Espada Pequeña
que en los duelos oscuros de salud y de muerte,
precipita el alado bisturí que aún sueña
sus países de acero sin color y sin suerte!
Gloria al hombre sonoro que de blanco vestido
su cerebro reparte como pan de humanismo,
y que a cambio recibe grises alas de olvido,
campanadas de sangre, y obsesiones de abismo!
Gloria al hombre sencillo –dios corriente y callado-
que en la voz del enfermo su sentencia descubre,
con el sueño descalzo y el anhelo enterrado
como un gran prisionero de su ruta insalubre!
Pero al fin es su nombre; su antiguo nombre alzado
entre amapolas niñas y claveles sonoros.
Y su rojo camino de profeta y soldado,
y su aorta que tiene la emoción de los coros.
ELOGIO AL BISTURÍ, PADRE DEL ORO ROJO
A los cirujanos del mundo
Creemos en el honor y la espada
para afirmarnos limpios caballeros.
Despreciamos el agua por la sangre
para lavar el nombre sobre el tiempo.
Cantamos y alabamos la justicia
por la presencia fácil de la espada.
Ella siempre preside la conquista
y ella también florece derrota.
Pero nosotros jóvenes de ahora,
del siglo veinte capitanes nuevos,
dejemos lo brutal por lo biológico
y lo objetivo por el pensamiento.
Nueva sangre triunfal que nos recorra,
despreciemos la espada que es la fuerza.
Y el hombre escogerá con afición
y con valor: Caballería o ciencia.
La fuerza que es gigante con sus máquinas
y que en aviones atraviesa el cielo.
La ciencia tan pequeña con la idea
va mucho más allá del universo.
Pero hay una ironía suprairónica:
La ciencia necesita de la espada
que es diferente de las militares
porque es sin vaina y porque nunca mata.
Esta espada pequeña, casi humana,
flor de salud entre la buena mano,
tiene un dueño feliz sin uniforme
y sin maldad: Se llama cirujano.
Esta espada sencilla que da vida
tiene un nombre de pájaro azulado.
Se llama bisturí, tímidamente,
¡como si un pozo se llamara océano!
Por eso, por sencillo y por pequeño.
Sacerdote del bien. Muerte del llanto.
Porque derrama sangre con bondad.
Porque merece mucho más que el canto.
Porque su filo es símbolo de vida.
Porque es el arma que salud defiende;
porque corta más ágil que un rayo.
Porque su acción de apóstol se comprende,
Loor al bisturí que ama la sangre,
que vive como flor entre una mano.
Loor al bisturí que es horizonte,
arma sutil y cruz del cirujano!
SONETO DE ULTRACIELO
He descendido a todo y no desciendo:
la sonrisa del vértigo, el pecado,
la voz del mal, el sexo naufragado
y el luto antiguo del nacer muriendo.
He descendido a todo y ascendiendo
de mi propio descenso iluminado
fue mi último recurso su Costado
de sangre rota y muerte amaneciendo.
Por eso el que desciende y ama puro
el ultracielo de su Verbo pleno,
de tan antiguo y lírico, maduro,
sabe y afirma que el Dolor es bueno
cuando de su bondad nace seguro
el fuego del Amor ultraterreno.
Narrativa y Ensayo publica este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes
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