Paseos de sonámbulo
Luis Cardoza y Aragón
Mi vida ha sido: el amor, la libertad, la poesía. El orden de estos factores no altera el producto. He escrito sobre arte, especialmente sobre arte mexicano, porque el reto de intentar vencer la imposibilidad de escribir sobre arte lo he recogido. La obra extensa, más allá de la “información”, situada en la capacidad que pueda tener de percepción y de lectura de lo oscuro, de lo secreto y mágico del pintor o poeta.
En lo relativo a lo político, desde que tengo uso de razón, mi partido ha sido el pueblo de Guatemala. El más pueblo, principalmente: el ciudadano indígena, discriminado, hambriento, asesinado, esclavizado, hace más de cuatro siglos y medio.
Tuve amistad con varios de los surrealistas franceses. Me entusiasmaron en sus comienzos, cuando representaban la refutación violenta de la repugnante burguesía que había originado la Primera Guerra Mundial, en la cual ellos ya participaron.
De esa gran guerra, con los antecedentes teóricos y políticos (La Comuna de 1871) surgió la Revolución de Octubre de 1917, encabezada por Lenin. Acontecimiento mundial de profundísima significación, motor de la historia moderna y contemporánea, con la controversia constante de crítica fecunda y crítica de diversas sacristías.
El surrealismo degeneró rápidamente. Su deterioro fue total y lamentable. La protesta —el rechazo— se volvió bufonería, comercio, snobismo de tercera. Cuando se presentó en México, en la Galería de Arte Mexicano que dirigía mi inolvidable Inés Amor, escribí denunciando esta claudicación del surrealismo.
A la primera oportunidad que tuve de entrar a mi patria, lo hice con un fusil en la mano. Algo narro de ello, sucintamente, en el primer capítulo de Guatemala, las líneas de su mano. Me he relacionado con la izquierda mundial sin pertenecer a partido político alguno. Recusé el llamado realismo socialista, norma stalinista, desde siempre. Tal vez usted ha oído de mi polémica con la LEAR (Liga de Escritores y Artistas Revolucionarios), en 1936. Fue un linchamiento intelectual, un acto de inquisición para quemar al hereje. Hay testimonio sobre ello de Octavio Paz y Efraín Huerta.
Sobre André Breton tengo un libro en prensa en la UNAM [André Breton: Atisbado sin la mesa parlante, 1982]. Lo discuto con nostalgia, con acuidad —supongo— y con afecto. Al surrealismo le he definido como un movimiento anterior a su nacimiento y posterior a su muerte. Esto del sueño, de la escritura automática, viene de los profetas, del Antiguo Testamento. De Juan en Patmos.
Yo he oído voces, he visto visiones, he soñado sueños, he tocado fantasmas. Sobre todo cuando fui niño. Los románticos alemanes. El folclore mundial, las teogonías, las mitologías. Estoy pensando en nuestras artes precortesianas, más allá de un cacareado realismo mágico: en un realismo México.
Del surrealismo quedan algunas buenas páginas de Breton, Éluard, Aragon, en primer término. Yo siento que la plástica surrealista se me va desbaratando. A Picasso lo quisieron sumar al surrealismo por su gran prestigio de pintor. Fue de todo y, más que nada, fue Picasso. El pintor más inquietante de nuestras décadas. Un genio.
Los surrealistas de las últimas décadas no representaban ni siquiera a la decadencia vertiginosa del surrealismo. El surrealismo creador, no el académico y misérrimo, de receta y estupidez, no abarca más de quince años.
Los surrealistas, el surrealismo, no se caracterizan por la escritura automática, el azar objetivo, el onirismo, lo que usted quiera, sino que influidos por la revolución soviética, al salir de la Primera Guerra Mundial, quisieron ser revolucionarios y no pudieron serlo muchos de ellos, burgueses hasta el fondo más recóndito de sus pantuflas y escritorios.
“Me molestan los tibios, los indiferentes, los eclécticos, los oportunistas, los acomodaticios, los conformistas, los atentos al público para el renombre… A toda esa vanidad que comprueba una inmensa pequeñez de ánimo.”
La nostalgia política de Breton le duró toda la vida. Su antistalinismo visceral lo comparto. Buscando participar, vino a México y se encontró con Trotsky. Publicaron un manifiesto intrascendente, en el fondo dirigido nada más contra la iniquidad del llamado realismo socialista.
Eso del “compromiso” no lo entiendo todavía. Yo tengo la terrible manía satánica de escribir. Escribo sobre mis paseos de sonámbulo, sobre mis visiones y las voces que oigo, sin olvidar que en Guatemala existe un genocidio. Quien no siente a su pueblo, quien conoce las causas de lo que acontece en su pueblo y no participa en defensa de su pueblo, con el pretexto de la cursilería infinita del “arte puro”, de la poesía “pura”, de desprecio a sus orígenes, a su infancia, a su paisaje, a su intrahistoria, a la dignidad del hombre, a la evolución histórica, puede ser lo que usted quiera, pero es un pobre diablo. Un paupérrimo diablo.
Me molestan los tibios, los indiferentes, los eclécticos, los oportunistas, los acomodaticios, los conformistas, los atentos al público para el renombre… a toda esa vanidad que comprueba una inmensa pequeñez de ánimo. Muchos de mis amigos piensan en lo político lo contrario a mi pensamiento. Los estimo, los quiero. Me complace que no sean ranas congeladas.
Artaud fue un poeta. En la segunda posguerra mundial, Artaud, con Malraux, son los dos escritores franceses que más han interesado a las generaciones que les siguieron. Sobre Artaud aparecieron volúmenes en los cuales se le estudia, se le discute. Fue una hoguera. Vivió en llamas. Le interesó el surrealismo mientras éste no fue retórica. Dejó una gran obra que es como fue: un poeta incalculable.
Ha tenido imitadores que no le llegan a la planta de sus calcetines, cuando Artaud, que vivió en la miseria, los tuvo. Sus textos sobre teatro, que son muchos, tienen una gran imaginación, una gran fuerza, una gran imposibilidad y otros tesoros. Las teorías sobre el
actor, la dirección, la primacía sobre el texto, la comunión, se renuevan. Todo el mundo fracasa, sobre todo los genios. El “fracaso” de Artaud, en lo relativo al teatro, es el triunfo de un poeta. De un gran poeta.
No me atrajo nunca el futurismo del fascista Marinetti ni su repercusión mexicana con el estridentismo, que nunca fue fascista. El estridentismo es un futurismo para los pobres. La influencia del surrealismo, de esa gran ola legendaria y milenaria de la imaginación que en nuestros días llamamos surrealismo, tuvo una influencia universal libertadora. Fue pronto domesticada por el capitalismo, por la sociedad burguesa, que tanto aparentaba detestar. Mi querido Breton terminó de león de alfombra. Sus tardíos amigos compartieron con él no poco de lo que yo detesto; pero nada de la refutación crítica, iracunda, analítica del sistema basado en la opresión.
Hay best-sellers por su calidad, buena calidad; hay best-sellers por su calidad, pésima calidad. El fenómeno de la literatura de interés masivo es buen tema para reflexiones. Hay calidad; también hay mercadotecnia. Publicidad de acuerdo con hegemonías políticas. Me interesa lo que para mí es intrínsecamente valioso. Valéry decía con acierto que es más fácil gustar a cien mil que a cien. Créame que en verdad no sé si escribo para el público. Para un público. Escribo porque no puedo evitarlo. Me descifro, me doy respiración artificial, divago, y con perdón de quienes me lean, me importa un demonio el público. ¡Ah la comunicación! Entretener puede ser una noble misión. A mí me importa un rábano. Escribo lo que no puedo escribir. Lo que no puedo comunicar. Me doy cuenta de que mis glosolalias tienen sintaxis, pero son glosolalias.
Mecanuscrito para el segundo tomo (inconcluso) de Tierra de belleza convulsiva.
Fuente: Suplemento El Cultural [https://www.razon.com.mx/dogmas-esquemas-y-creacion-intelectual/]
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