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Pascua y esperanza

Celebramos la posibilidad de construirnos como nuevos humanos.

Marcela Gereda

¿Cómo así de que hacemos ayunos de cuaresma para luego empacharnos de eso mismo que nos habíamos prohibido? Creo que “Crucificamos a Cristo” cada vez que nos hacemos cómplices de las injusticias, cada vez que evadimos al enfermo o al hambriento. Cada vez que nos perdemos en el vacío y superficialidad de las redes sociales, cada vez que no escuchamos a nuestros hijos, y cada vez que de nuestros labios salen palabras que no son para la belleza.

Sometidos a una sucesión de culpas que nos cuentan que son el camino hacia la verdadera fe para la salvación, nuestra cultura vive interiorizando el sentimiento de que por nuestra culpa Cristo murió en la cruz, y que murió para liberarnos del pecado. Se nos enseña que la culpa es parte constitutiva de la fe. Sin culpa no habría salvación. Y como es dogma, no lo cuestionamos, y lo asumimos sin capacidad de lidiar con él.

¿Por qué será que algo en la religión y en la educación en estas tierras tropicales nos hace aferrarnos a una culpabilidad interior, sujetos a una devoción culpable y necesariamente dolorosa que parte de aquello de que, en la tradición cristiana, aquel pecado original, provocado por serpientes, representado por manzanas y transgredido por Adán y Eva, se perpetua por los siglos de los siglos en la especie humana?

Nacemos con culpa, crecemos con culpa, nos reproducimos con culpa y morimos con culpa; la heredamos de nuestros padres y luego transmitimos su insoportable peso a nuestros hijos.

Desde pequeños, nos enseñan que llevamos un pecado original, y desolados y huérfanos, vagamos por el mundo rogando piedad por haber sido expulsados del paraíso. Desde la culpa absoluta, creemos haber perdido la capacidad y condición de ser seres divinos, andamos sendas torcidas.

Expulsados del Edén, prófugos de lo divino y centrifugados de sentirnos parte de un todo, nos construimos como seres incompletos que, por el solo hecho de haber nacido, debemos rogar perdón y misericordia por las ofensas de la humanidad y por las ofensas que cada día le hacemos a Dios. A algunos, hasta les dicen que entre más culpables, más serán perdonados, y más irán al cielo.

Y a pesar de que la culpa es el sello definitorio de nuestra cultura y nuestra manera de relacionarnos y percibirnos, hoy celebramos la Pascua que es esperanza y es vida y resurrección. La esperanza de un jardín resurgido en el interior de cada cual. La esperanza de las semillas que riegan de belleza nuestra humanidad.

Dice Cortázar: “probablemente de todos nuestros sentimientos el único que no es verdaderamente nuestro es la esperanza. La esperanza le pertenece a la vida, es la vida misma defendiéndose”.

La vida se defiende con más vida. Resurrección es volver a la vida. Revivir desde la luz y desde el amor. Revivir significa matar lo malsano, construir y crear desde la vida, para ya no aceptar un sistema en el que el más fuerte subyuga al más débil.

Celebrar Pascua es celebrar la vida. Estos días pasados en los que se celebró la Resurrección, pueden ser un momento para respirar y ver alrededor, entrar un poquito en el silencio, ese que nos revela nuestras más altas y contradictorias bajezas para cambiarlas, y también nuestros más altos destellos, para regarlos.

Celebramos la posibilidad de construirnos como nuevos humanos. De renovarnos y transformarnos desde el interior para poder ser más y mejores.

Para mí, renovarnos y resucitar pasa necesariamente por salir de la indiferencia y volvernos capaces de sentir en lo más hondo cualquier injusticia cometida contra cualquiera en cualquier parte del mundo.

Alguien escribió: “la vida no es más que un chispazo entre dos tinieblas”. El único sentido de la misma es lograr que ese chispazo se vuelva una llamarada que perdure en las retinas de las mujeres y de los hombres de buena voluntad. Que esta Pascua sea entonces llamarada, el estallido de la vida sobre la muerte, que nos invita a cultivar la promesa de la búsqueda interna de nuestra propia resurrección, en cada amanecer, en cada breve instante que somos, reímos y hacemos. Que la Resurrección sea la posibilidad de rehacernos desde la belleza y la justicia como humanos para necesariamente rehacer un proyecto humanitario.

Fuente: elPeriódico [www.elperiodico.com.gt]

Marcela Gereda
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