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Ernestina Tina Cobo (8 sep., 1942-15 ago., 2011), la última sobreviviente de una estirpe de actores que dejó huella en México, perdió la última batalla contra el cáncer la medianoche del lunes 15 de agosto. Tina provenía de una familia fuera de lo común por la singularidad de su talento artístico; de un frondoso árbol de padres, hijos y nietos que hicieron época en aquellos tiempos en que el teatro le pertenecía al pueblo y era parte de la vida cotidiana; de una mezcla de culturas española, cubana, mexicana que enriquecieron el conocimiento y ensancharon la imaginación, el arte, la vida. Tina y sus hermanos se criaron entre telones, viendo el trabajo de Alejandro Cobo y Ernestina Romero, sus padres, que trabajaban en zarzuela y opereta con la compañía de Tomás Álvarez y María Elena Barandalla, y con la compañía de Plácido Domingo y Pepita Embil, en el teatro Arbeu, que luego fue el Oratorio de san Felipe Neri; en el teatro Ideal y en el Virginia Fábregas, que ahora se llama Fru Fru. «Ahí la pasábamos desde pequeños, en los teatros; ahí nacimos y ahí nos criaron. Mi madre salía a darles chiche a sus hijos, a cualquiera, porque nos tuvo seguiditos; mi padre quería tener doce. Si no se hubiera muerto, hubiera llegado al numerito», confesaba Tina.

Alejandro Cobo murió el 21 de marzo de 1950; a consecuencia de un gran impacto sufrido mientras filmaba Fuego en la carne, de un vehículo en marcha (en ese entonces no había extras en el cine mexicano), se le complicó un cáncer en el estómago. Todavía alcanzó a filmar El rey del barrio, con Tin-Tan. Dos años antes había actuado al lado de Mario Moreno Cantinflas, en las películas El supersabio y El mago. Su filmografía alcanzó la cifra de 57 largometrajes. Ernestina Romero era la actriz preferida de Rogelio González. Tuvo una de sus actuaciones más memorables en La india.

Los Cobo empezaron en el teatro Ideal, de Ana Blanche: primero, Chelo, a los 2 años y medio; después Tina, y luego Ana, junto con Tina, la madre. Años más tarde, se unió Alejandro, y tiempo después, Jorge. Roberto empezó a los 17 años en el Lírico, de boy. Un día que faltó Resortes, Julián Ariche, que era director del teatro, lo mandó a bailar en lugar de aquél; fue él quien le puso Calambres; dado su éxito, en esa época Roberto era más bailarín que actor. En 1950 obtuvo su primer Ariel por Los olvidados (declarada patrimonio artístico de la humanidad por la unesco) y, en 1979, la segunda presea más alta del cine nacional, por El lugar sin límites.

Tina y sus hermanas incursionaron en televisión en 1950 en Noches tapatías y Así es mi tierra, con el ballet de Chavela Briseño; también actuaron con Luis Aragón y Jesús Valero. Luego actuaron en el Palacio de Bellas Artes en la representación de los cuentos de Francisco Gabilondo Soler, Cri Cri.

Tina Cobo nació en Bolívar 87, en el Centro Histórico. Estudió con Sergio Corona —en una escuela que éste tenía en avenida Insurgentes—, y Alfonso Arau, aunque siempre decía que la mejor escuela que tuvo fue la de la vida y el trabajo bestial: teatro, cabaret, cine, televisión. En comedia o drama, en lo que fuera, trabajaba todos los días, menos los lunes. «Ahora nada más se trabaja los fines de semana. Estuve en la Carpa México con Jesús Martínez Palillo, que tenía un carácter de la chingada —contaba Tina—. Le gustaba toda la comida española, pero odiaba a los españoles; yo me agachaba y le decía: Ay, don Jesús, ya ni me diga porque yo soy gachupina. “Qué gachupina vas a ser, tú no puedes ser gachupina porque me caes bien”, contestaba Palillo. Entonces ganaba 50 pesos y un diputado 33.33; hasta Palillo se mofaba: “esos cabrones ganan 33.33; nosotros ganamos más”. Ahora se invirtieron los sueldos y los papeles: nosotros ganamos poco y tenemos conciencia de los males del país y ellos se suben cada año su sueldo por actuar la tragicomedia nacional», reflexionaba, triste, la actriz.

A Tina le tocó enterrar a todos los Cobo: primero a su padre, luego a su hermano Alejandro, después a su madre, a su hermano Arturo, Cobito. Enseguida, a Ana, a los seis meses; a Jorge, el más pequeño; a Roberto, seis meses después; dos años más tarde, a Chelo, con la que Tina vivía. Casi todos murieron a consecuencia de cáncer. Hoy se fue la matriarca de una pléyade irrepetible de actores que vivieron el arte con convicción, lucidez, entrega, dignidad.

Carlos López