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Lucía Escobar
La Lucha Libre

laluchalibre@gmail.com

Hace unas semanas, ordenando papeles viejos, encontré un boceto escrito a mano de un reportaje que hablaba de Francisco Toralla, conocido ahora, por grandes y chicos, como Panchorizo.  La nota narraba cuando lo vi de mimo regalando rosas en la entrada de un bar, también que hacía máscaras gigantes, vendía cuadernos artesanales y experimentaba con los performances callejeros. En ese tiempo, estaba a punto de irse a París, gracias a que había ganado un concurso de pintura que organizaba la Alianza Francesa. Eso fue hace veinte años. Ahora el “payaso de la cuatro décadas”, como se auto nombra, es el motor detrás de todo el movimiento circense del país: organiza festivales, encuentros y participó en la última gira de R.Arjona por cientos de países. Es fundador y director de la Escuela de circo Bat’z , pionera en su género y que funciona para dicha de un montón de niños y niñas inquietas a un costado del Cerrito del Carmen.  En esos viejos papeles que encontré, dar clases de acrobacia era apenas un sueño que Pancho, aún no había logrado construir. Me encanta saber que ya cumplió ese deseo y que sigue trabajando con honestidad, profesionalismo y amor. 

Panchose convirtió en un espécimen muy raro, un empresario revolucionario, que armado de chistes ácidos e irreverentes, malabares y bailes hace más por la salud mental, la paz y la reconciliación de este país, que cualquier ministro o funcionario público. Panchito es incansable, y no deja de experimentar, siempre tiene un proyecto nuevo entre manos que puede incluir videos, podcasts, libros de colorear, funciones benéficas, casting para dar becas, concursos y shows tan profesionales en los que no escatima en gastos y que pocas veces le dejan ganancias.

El fin de semana pasado, fuimos con mis hijos (quienes han crecido riéndose con sus obras) a ver  El bigote del Quijote,  un show que continúa en la misma línea que Los sueños de Dalí y Chopan,comedias con carnita intelectual, intentos honestos de revisitar a los clásicos, de darle a la niñez algo más que chistes vacíos.

Pancho retoma un clásico de la literatura universal, lo trae al presente, incorpora hip hop, malabares, rimas y bailes.  Se atreve incluso a corregirle la plana a Cervantes, otorgándole un poco de dignidad feminista a Dulcinea. Hace reír a los niños, pensar a los adultos y fomenta un derecho humano tan olvidado y menospreciado, como es divertirse, pasarla bien y reírse.

Cuando Panchorizo era apenas un niñito chiquito,  vivió en carne propia un crimen sin amnistía cuando vió que su papá, Guillermo Toriello, un prestigioso académico y catedrático universitario era secuestrado por la temible Panel blanca. Era 1982, año pico de la violencia política en el país.  Pancho es hijo de uno de los ochenta mil desaparecidos que dejó el conflicto armado en Guatemala. Esa tragedia no empañó su corazón limpio y generoso. Al contrario, lo inundó de una gran fuerza interior que le permite transmutar sentimientos y personas: es capaz de endulzar los corazones más amargos y de sacarle una carcajada (con todo y pedo) al más apretado.  Cada vez que Panchorizo sale al escenario, le devuelve el derecho a la alegría a ese niño al que le arrancaron a su padre, y de paso, a todos los que lo vemos.

Él cura en cada presentación las heridas de nuestra niñez y los golpes que la vida nos da.

Por eso y más, queremos tanto a Pancho.

@liberalucha

Fuente: [www.elperiodico.com.gt]

Narrativa y Ensayo publica este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

Lucía Escobar
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