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Qué es el comunismo

Y qué significa –aquí y ahora– ser de izquierda.

Comunismo le llamó Marx a la posible etapa superior del socialismo, cuando las fuerzas productivas hubieran llegado a un desarrollo tal que el Estado no sería ya necesario porque no habría para qué normar lo que se tendría que hacer con el excedente productivo, ya que nadie tendría necesidad de trabajar para nadie.

En otras palabras, el comunismo es una utopía. Y la utopía es una guía para la acción, no un punto de llegada. Es como la Estrella de Belén, que señala el camino. Pero una vez llegados al punto que la Estrella señala, ésta sigue estando distante, marcando el camino para nuevos puntos de llegada. La utopía, pues, no es realizable, porque dejaría de ser utopía. Eso era el comunismo: una meta que guiaría a la sociedad socialista. Pero esa posibilidad se truncó. Lo que se plantea actualmente es la posibilidad de democratizar el capitalismo para crear así condiciones de volver a transitar el camino hacia la justicia social de maneras adecuadas a las nuevas circunstancias. La utopía comunista ni siquiera resulta pensable políticamente porque la política es el arte de realizar lo que es posible, no lo que es imposible. Y en este momento no sólo el comunismo, sino también el socialismo, son imposibles. Lo que es necesario hacer es democratizar el capitalismo mediante el apoyo a la pequeña empresa y la pequeña propiedad agrícola. Y en nuestro medio el único obstáculo para esto es la oligarquía y sus sabuesos: la canalla fascista y la universidad neoliberal (que son lo mismo).

La izquierda como concepto denota una fuerza política que lucha por el bienestar de las mayorías y no sólo por el de las élites. Mientras haya personas que luchen por esto, habrá izquierda. En nuestro medio, la izquierda es un conjunto disperso de grupos e individuos (remanentes de la guerra) con demasiados resquemores personales entre sí como para converger en nada. Es necesario que la generación de la guerra muera para que surja otra izquierda. Pero no hay que esperar a que muera de muerte natural. Una nueva generación de izquierda puede matarla ignorándola y planteando algo diferente, que pase por democratizar el capitalismo hasta donde esto sea posible: una izquierda antioligárquica, pro-pequeña empresa y conocedora de las posibilidades del país en materia de una productividad que incorpore a todos en el empleo, el salario y el consumo, a fin de superar nuestro estado económico actual, basado en las remesas de los “ilegales” y el lavado de narcodinero, el cual constituye la sangre del sistema financiero oligárquico. El panfletarismo setentero de izquierda debe morir junto con el de derecha de la Fundación terrorista. Porque ambos extremos se tocan en su discurso truculento, hemoglobínico, demagógico y desfasado.

Las ideas de izquierda se están desarrollando y renovándose en ciertos intelectuales que empiezan a producir pensamiento político crítico. También en algunos medios masivos autónomos y en los movimientos de masas contra la minería, las hidroeléctricas y el genocidio. Y este es un fenómeno intergeneracional que involucra a amplios sectores de la sociedad civil. Lo deseable es que nada de esto dependa exclusivamente de la cooperación internacional porque, para que sea efectiva, la agenda política de emancipación debe ser enteramente propia y no estar al servicio de agendas ajenas. Si no, seguimos en lo mismo: trabajando para otros.

 

Mario Roberto Morales
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