Ayúdanos a compartir

Santos Barrientos
santosbarrientos3@gmail.com

Cierto, uno vuelve al silencio, como un sigiloso y apabullado retorno a las endiosadas palabras. Memoria de un encuentro con la imagen. Y la imagen sin más, es la forma más exacta de la razón. Cuando imaginamos se muestra una realidad trágica, otras veces, incesante. Y, aunque el tiempo se encuentra en constante cambio, de una modernidad a otra. El espacio al que se retorna es siempre el mismo. Una búsqueda constante del pasado para negarlo y un retorno transfigurado de un presente inconforme.

El silencio y la soledad hacen su comunión. Y aunque uno parte del otro, también se muestran contradictorios. Se acude a la lengua tan antigua como la propia civilización y se adentra a una palabra comprometida.

Sostenía Octavio Paz que “La modernidad nació con la afirmación del futuro como tierra prometida y hoy asistimos al ocaso de esta idea.”. La modernidad a la que se acude con frecuencia es obscura. Niega el pasado para afirmar contradictoriamente el presente. Pero el presente al que se acude siempre es una búsqueda constante de nuestros pasados. La contradicción a la que se emerge en el ocaso silencioso de la palabra de los antiguos contribuye a la otra voz: la moderna voz del poeta.

El tiempo que se cree aún cíclico o lineal se opone a lo dicho. Ya no es cíclico ni lineal. Retorna constantemente al pasado y se convierte en puntillista. La lengua a la que volvemos es la de Rubén Darío. Incesantemente la vemos en cualquier momento. Regresamos a esa palabra para configurarnos en el presente: la moderna poesía. Se carece del espacio plural del instante. Comulgamos a una idea que termina en el ocaso de una hoja. La hoja nos habla y se peligra del encuentro con nosotros mismos. La hoja es el espejo del poeta.

El poeta debe buscar consagrarse en la imagen que demuestra la realidad. Muchas veces olvidada. Otras, inversamente acostumbrada al silencio. Pero el poeta nombra el silencio y, a la vez, se nombra a sí mismo. Es uno con la palabra y se desnuda ante los otros.

La palabra, ese don de encuentro a lo humano. Consigue al hartazgo nombrar todo lo que no se ha nombrado. Es símbolo, figura, ofrenda a lo solitario. Porque ese ser acostumbrado a lo íntimo, sabe que sus poemas están destinados a lo minoritario. Pero su compromiso es con la otra voz: la voz interior y la de los otros hombres —los que no son nombrados.

Aunque el porvenir es siempre búsqueda de lo ignorado, los días transcurren como los poetas, en el silencio.


Santos Barrientos
Últimas entradas de Santos Barrientos (ver todo)