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Hoy me siento con total derecho de recriminar a la presente humanidad, por haber dejado en el umbral del olvido cuan importante es la palabra que motivó la inspiración de los más grandes genios literarios a través del tiempo, quienes al verla representada en musas, nos deleitaron con monumentales obras a lo largo del tiempo. Hoy muchos se atreven a explicar equivocadamente a la esencia de este grandioso término, pues recordando intencionalmente algo grosero que escuché alguna vez, fue la muy limitada definición que le daban como atractivo o encanto, otros con una ignorancia más avezada aún, la definen simplemente como lindura o gracia; la verdad es que muy pocos son capaces de comprender su verdadera naturaleza, cuya forma original fue materializada para su mejor percepción a través de la historia, por los más grandes imperios de la humanidad, quienes muy orgullosos y notablemente encantados de poder encontrarla, nos relatan su fascinante experiencia entre fábulas, mitos y leyendas. Aquellos predecesores de esta contaminada humanidad, comprendieron acertadamente la sustancia de la belleza como magnificencia, perfección o sublimidad; y gracias a ellos, aún se conserva la más celestial concepción de la palabra cuyo prototipo fue sembrado en los campos elíseos de la fascinación y hoy la cosechamos como música, pintura, o poesía; y esta es la forma de cómo la belleza fue apreciada por la humanidad en aquellos tiempos, donde la perversión humana, en su forma primitiva, no se atrevía siquiera a mencionarla. De esta manera, la encontraron los griegos, cuna de seres no mortales, en la primera amazona, hija de ares y protegida de artemisa, diosa de aquellas legendarias guerreras que consiguieron la independencia de los hombres, sometiéndolos muchas veces, aprovechando la monumental ventaja que les brindara su encanto; sembrando el deseo entre legendarios semidioses que hoy son conocidos como Hércules y Aquiles. Los egipcios la situaron en la reencarnación de Isis, Reina de todas las diosas y abnegada madre de Horus, quien representaba al faraón en su forma humana; y relatos jeroglíficos más avezados, la ven reencarnada en Cleopatra, emperatriz que hiciera perder la cabeza al emperador y al general del imperio más poderoso de aquella época, cuyo lenguaje estaba limitado por el latín, a quien la historia los recuerda como Julio César y Marco Antonio, por quien se suicidara al amamantar un áspid, terminando así con la maldición que le impusiera alguna diosa, por superarla en hermosura. A los romanos no les quedaban dudas, pues aseguran haberla localizado en la manifestación terrenal de la diosa Venus, la más hermosa entre las diosas, quien naciera alguna vez de la espuma del mar. Los fenicios, imperio que con majestuosas embarcaciones dominó el mar, la hallaron en la princesa Jezabel, favorecida del tétrico dios Baal, quien no se haría problemas con dejarnos sin lluvia. Los persas tropezaron con ella en una mortal, de nombre de Roxana, quien robara alguna vez el corazón un guerrero quien no dudó en batallar por ella contra el dios creador Ormuz y este valeroso guerrero, quien lograra formar un majestuoso imperio, pasó a la eternidad con el nombre de Alejandro Magno. Los Incas la encontraron en la más espléndida de sus doncellas, legendaria ñusta que inspiró la construcción del majestuoso MacchuPicchu, para que habitara allí como eterna compañera de Pachacútec, emperador quien fácilmente podía cambiar el rumbo de la tierra, valiente soberano de quien fuese el hijo más querido del dios Inti. Y los mayas la encontraron en la princesa Sac-Nicté, cuyo corazón rechazó el amor de un poderoso hechicero y este, azuzado por la siniestra diosa Ixtab (quien infundiera el lúgubre valor a los suicidas) y respaldado por el olvidado dios Hunab Ku, muy resentido con el mundo entero, creó el calendario que hoy tiene en jaque a la humanidad… Considero a todos los relatos mencionados anteriormente, como fundamentos más que suficientes para que de ahora en adelante el mundo entero le rinda un homenaje a la verdadera naturaleza de la palabra que hiciera soñar a la humanidad.

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