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Sobre cómo encontrar el propio camino y entregarse a él.

Mario Roberto Morales

El Bhagavad-Gita es un episodio del gran poema épico hindú Mahabharata. En el Gita, una encarnación de Vishnú llamado Krishna, ilustra a Arjuna quien se halla desfallecido ante una próxima e inevitable batalla fratricida acerca de los yogas o caminos para alcanzar la unión del alma con la divinidad. Y entre las enseñanzas que le transmite hay una muy hermosa, relativa al dharma o ley moral para cada individuo, en la que Krishna dice: “Más conviene a un hombre su dharma aunque sea imperfecto, que el de otro, aunque sea superior”.

La idea es fascinante. Y más lo es su puesta en práctica. La idea afianza al individuo en su destino consciente; es decir, en la certidumbre de que la misión que le toca cumplir en esta vida debe realizarla en su propia circunstancia y no en otra, pues la posibilidad de unir el alma con la divinidad cumpliendo la propia misión individual puede ocurrir en cualquier punto, no importa si éste se halla en la pobreza o en la opulencia, en la ignorancia o en la sabiduría. Basta haber establecido en qué consiste tal misión. Y aquí radica la dificultad del asunto. Lo cual nos lleva a la puesta en práctica de dicha idea. Porque averiguar en qué consiste la misión de la vida y entregarse a ella por completo, implica una praxis que es también el medio de su realización, de su perfeccionamiento y de su plenitud. Esto equivale a cumplir con el propio dharma, y nos salva. Arriba, abajo o en medio, el cumplimiento gozoso del dharma es el gran secreto de la felicidad como trascendencia espiritual.

Sobra decir que esta práctica nos libera de la envidia, la frustración y la ira porque hacemos lo que hacemos con gozo, esperanza y desapego. Ya que, como también le dice Krihna a Arjuna: “… sólo las almas pobres y desgraciadas cifran como objeto de su pensamiento y su actividad el fruto de sus obras”. Se refiere al fruto terrenal como única razón de los actos. Y a que quien hace lo que hace sólo por el rédito que obtendrá de sus acciones y no impulsado por lograr su plena realización material y espiritual, se condena a la eterna insatisfacción del deseo obsesivo, lo cual expresará en su vida mundana mediante la desazón constante que exhibirá su crispado rostro ante el prójimo.

Esto, claro, no es una invitación cristiana a la resignación, la medianía y la expiación de culpa alguna. Es una exhortación al análisis de uno mismo para determinar el propósito real de la propia vida: ése que yace debajo de nuestros simulacros de felicidad, éxito y bondad. Tampoco es un mandato a sufrir por una recompensa en otra vida. Es un llamado a que nuestra existencia tenga el único sentido que somos del todo capaces de darle con nuestros actos, a fin de no extraviarnos por caminos ajenos, alumbrados sólo por la imitación y el desconcierto.

Fuente: [www.mariorobertomorales.info]

Narrativa y Ensayo publica este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

Mario Roberto Morales
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