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Legalizando el escarnio

Rolando Enrique Rosales Murga

El año pasado escribí un testimonio llamado intimidado por la PNC, en el cual detallaba abusos de unos agentes de PNC que no portaban chalecos para identificarlos, que me disparaban pregunta tras pregunta mientras me empujaban y me exigían la clave de mi teléfono para revisar conversaciones privadas de todas mis cuentas personales. Decidí desde ese día denunciar el hecho ante la misma Policía Nacional Civil, quienes remitieron mi denuncia al Ministerio Público, donde un analista pasó días decidiendo si mi caso era procedente o no. En el expediente de la Procuraduría de los Derechos Humanos constan las fotografías de uno de los agentes, la cual tomé en días posteriores que ellos me encontraron y con risa burlona me decían “hola, canche…” demás está decir que soy moreno. Resulta que después de unos días llegaron unos agentes diciendo que tenían para mí unas medidas de protección, las cuales debían ser ratificadas, lo cual yo encontré muy extraño. Hace unos dos o tres días recibí una notificación de un fiscal que es famoso por desestimar los casos, argumentando que los agentes obraron con el debido respeto, uniformados y hacen omisión del hecho que hayan revisado mi celular e incluso me preguntaban si ese era el número telefónico de mi esposa. No creo que llamar al ciudadano “hijo de la gran puta” sea decoroso, omitir hechos honorable y llego hasta el punto de creer por haber vivido en carne propia cómo ante los abusos de los agentes las autoridades hacen la vista gorda. Me decía un amigo que si un ciudadano denunciaba el abuso de un agente era más probable que le creyeran al agente, aunque las pruebas estuvieran en su contra. Me dijo un Licenciado de la facultad ese día del hecho que se necesitaba de coraje para denunciar hechos así, pero que en muchas ocasiones las instituciones preferían solapar a los miembros de las fuerzas de seguridad que aceptar la responsabilidad de los mismos. Poco después me he enterado que es por una calumnia de alguien que se ha dado a la tarea de imputarme la más variopinta cantidad hechos, incluso diciendo que salgo de lunes a viernes, de seis a diez de la noche (cuando voy a la facultad) y los sábados por la mañana (cuando voy a las clínicas penales). Para darles un ejemplo podría decirles que se me acusa de ser el diablo en persona (sic) por el simple hecho de quemar incienso antes de practicar artes marciales.

Aunque no es nada nuevo, cuento mi historia por si de algo sirve. Ahora el sistema ha vuelto a ser inquisitivo y los abusos policiales son llamados procedimiento de rutina. Lo peor del caso es que podrían decidir tomar represalias y yo, bien gracias, sin tutela judicial efectiva.

No creo, o mejor dicho me resisto a creer que el buen nombre y la honra, tan difíciles de alcanzar, perseguibles día tras día se vengan abajo por calumnias burdas.

Narrativa y Ensayo publica este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

Rolando Enrique Rosales Murga
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