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El 6 de octubre de 1987, dos años antes de ser asesinado, el rector de la Universidad Centroamericana de San Salvador mostraba un moderado optimismo tras la firma de los acuerdos de Esquipulas II, que sentaban las bases para los acuerdos de paz en Centroamérica. Publicaba el diario El País unas declaraciones de Ignacio Ellacuría: Las raíces de la guerra hay que buscarlas en la ‘situación de injusticia estructural generalizada’ en Centroamérica, que sitúa la mayoría de la población en condiciones de extrema pobreza; en la militarización de la sociedad, que puede solventarse ‘primero, con la desarmamentización de la región’, para posteriormente reducir a sus justos términos el papel de las fuerzas armadas; y, finalmente, en la intromisión de las potencias extranjeras, que debe acabar para que se logre recuperar la autonomía política de la región”.
Ellacuría no vio firmarse la paz en Nicaragua en 1989, ni la de El Salvador en Chapultepec, en 1992… mucho menos la de Guatemala, sellada el 29 de diciembre de 1996. Pero quizá hoy tampoco sería muy feliz de ver que la “situación de injusticia estructural” se ha profundizado y quelas armas del conflicto político han sido sustituidas por las armas de la conflictividad social y del crimen organizado.

Durante mucho tiempo Esquipulas II se mostró como ejemplo. Hoy no hay tanta seguridad sobre el éxito de unos procesos de paz truncados y no cumplidos

Esquipulas II se firmó el 7 de agosto de ese 1987 y sirvió para que el costarricense Óscar Arias lograra un premio Nobel de Paz y para que el mundo se sintiera orgulloso por haber logrado una paz ansiada en Centroamérica desde cuatro décadas antes (hay que recordar que el conflicto guatemalteco duró 36 años). Durante mucho tiempo Esquipulas II se mostró como ejemplo. Hoy no hay tanta seguridad sobre el éxito de unos procesos de paz truncados y no cumplidos. Aunque Colombia, a punto de comenzar negociaciones de paz con la guerrilla de las FARC en Noruega, diga que Guatemala le inspira… no son muchos los elementos de optimismo en Guatemala ni en el resto de países que en los 90 lograron la paz de los papeles.

Andrés Mora Ramírez, de AUNA-Costa Rica, escribía con motivo del 25 aniversario de Esquipulas II, que la “celebración” ha llegado “con marcados desencuentros entre los gobiernos; con fantasmas del pasado militar y golpista acechando a democracias frágiles e incompletas; y con una alta dosis de desesperanza ciudadana por el presente y el futuro de la región, Centroamérica recordó los 25 años de la firma del Acuerdo de Esquipulas II (un 7 de agosto de 1987), documento que sentó las bases definitivas para la negociación del proceso de paz”.

“Se depusieron las armas, sí, pero la guerra continuó por otros medios”, insiste Mora Ramírez que los enumera así: “en la impunidad por los delitos de lesa humanidad cometidos durante el conflicto armado y por el terrorismo de Estado; en la acumulación de riquezas en unos pocos y privilegiados sectores de población (…); en los deficitarios indicadores del desarrollo humano (…); en la conformación de grandes grupos económicos que pervierten la democracia  y someten a sus intereses a los representantes del poder político electos por el voto popular; en la sombra de muerte del crimen organizado y la violencia social que hacen de Centroamérica la región “en paz” más violenta del mundo; en la persistente presencia del imperialismo, que afirma su dominación sembrando nuevas bases y contingentes militares (¿para combatir a cuál enemigo?); en la depredación ambiental –guerra contra la naturaleza- producto de los patrones históricos de desarrollo dominantes, que hacen de Centroamérica una de las regiones más vulnerables al cambio climático; en los sempiternos conflictos entre la clase política nicaraguense y costarricense; en la sombra de la derecha desestabilizadora en El Salvador; en el regreso de la derecha militar –ahora por las urnas- al poder en Guatemala…”.

El resumen que hace el autor deja pocas brechas a la esperanza. Pero su análisis, con matices, es compartido por la mayoría de las fuentes. Daniel Matul y Alonso Ramírez aseguran en su estudio El proceso de paz en Centroamérica que en Guatemala y Nicaragua “los Procesos de Paz llevaron a una finalización definitiva de los conflictos armados. Sin embargo y aunque parezca paradójico, muchas de las condiciones acordadas entre los actores involucrados han terminado siendo incumplidas. La agenda pendiente de la Paz en el contexto económico-político descrito, se ha convertido entonces en un portillo por el cual se ha formado una nueva forma de conflictividad social que es marcadamente distinta de la anterior y que define el período post-conflicto como uno tanto o igual de violento que el anterior”.

De hecho, en su balance tras los 10 primeros años del proceso de paz en Guatemala, en 2007, el que entonces era el representante del Alto Comisionado de la ONU para los Derechos Humanos, Anders Kompas, mostró su “profunda decepción” y utilizando una vehemencia poco habitual en los funcionarios de Naciones Unidas dijo: “Es simplemente decepcionante y escandaloso que la impunidad siga campando a sus anchas en Guatemala. Un ejemplo claro de ello es el cotidiano ‘feminicidio’. Todos los días se producen asesinatos…y nadie mueve nada, ni las autoridades del Ministerio Público, ni la Justicia ni el propio Congreso hacen nada”.  Y por si no quedaba claro, añadió: “¿Cómo no existe ningún sentimiento de urgencia ni de escándalo ante esta situación? Todos los días se asesina impunemente a mujeres y jóvenes en Guatemala y no se produce ningún movimiento popular de rechazo o una reacción contundente de parte de las autoridades­. ¿Es que acaso ya nos hemos ‘anestesiado’ por tanta violencia?, ¿ya nos hemos vuelto insensibles?”.

La paz de papel y la violencia real

Los acuerdos de paz en El Salvador, Guatemala o Nicaragua no afrontaron los problemas estructurales y se conformaron con el silencio de las armas. Y esa paz no suele ser duradera. Con motivo del Día Internacional de la Paz, el MPDL (Movimiento por la Paz), presente en Centroamérica, recordaba que “la Paz es algo más que la mera ausencia de guerra. Creemos en la paz como un ideal colectivo. Para nosotros, la paz es justicia social; es igualdad de oportunidades; es respeto de los derechos de cada persona”. Irina Bokova, la directora de la UNESCO, en su comunicado oficial de este día también asegura que «para ser sostenible, la paz debe tener como punto de partida la dignidad de todos los hombres y mujeres. Se debe cultivar mediante el respeto de sus derechos y la realización de sus aspiraciones».

Con estos criterios, Centroamérica ha fracasado. La brecha social se ha incrementado, la participación democrática ha sido restringida a cierto juego parlamentario, la impunidad judicial es casi total (la Comisión Internacional contra la Impunidad en Guatemala habla, por ejemplo, del 98% de casos sin resolver) y las estructuras del estado están gravemente comprometidas por la penetración del crimen organizado (“el crimen organizado opera ampliamente en Centroamérica de manera cada vez más compleja y aprovechando la debilidad de los estados”, escribe Sergio Moya desde la Flacso).  Un solo dato para constatar que la violencia no se fue con la guerra: de las 50 ciudades más violentas del mundo, 16 están entre México y el “triángulo norte” de Centroamérica (El Salvador, Honduras y Guatemala). La crisis de derechos humanos en la región es de dimensiones apocalípticas.

Y es esa violencia la que está justificando lo que algunos expertos ya califican como la “remilitarización” de la región dentro de lo que la periodista canadiense Dawn Paley considera una estrategia del “capitalismo narco”. Esa militarización no es ajena a la nueva estrategia de Estados Unidos en la región que en 2009 lanzó un mensaje contundente con su apoyo al golpe de Estado de Honduras.

Hay otras guerras en la Centroamérica en paz y no está mal recordarlo en un día internacional dedicado e esa palabra que a veces es sólo eso: una palabra.

“Es simplemente decepcionante y escandaloso que la impunidad siga campando a sus anchas en Guatemala. Un ejemplo claro de ello es el cotidiano ‘feminicidio’. Todos los días se producen asesinatos…y nadie mueve nada, ni las autoridades del Ministerio Público, ni la Justicia ni el propio Congreso hacen nada”.

Fuente:  otramérica