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Idus de marzo

Gerardo Guinea Diez
gguinea10@gmail.com

Los días se llenan de una luz naranja, casi mandarina y el aire es como un fluido abstracto que nos abre la puerta a una semana para olvidar los desatinos que ocupan al mundo. Más allá de los hábitos de los creyentes, en esta Semana Santa, cientos de miles de ciudadanos viajarán a la playa, a sus pueblos o aldeas y nadie estará dispuesto a escuchar que la Corte Suprema de Justicia intenta descalabrar el trabajo de Thelma Aldana, Fiscal del Ministerio Público, menos, sobre la donación de escritorios o el simbolismo de la visita a Cuba de Obama. Como sea, las horas serán lentas y quizá recuperemos el hábito de conversar, el ejercicio más fructífero y natural del espíritu, según Montaigne.

El lenguaje es un saber oculto, escribe el filósofo José Antonio Marina y agrega que nadie sabe las palabras que sabe. Y en ese andar en el camino de esta recién emprendida temporada de primavera, quizá nos alejemos de las redes sociales y nos miremos cara a cara para saber, como Heidegger, que el lenguaje es la casa del ser.

Para nadie es un secreto cómo fuimos perdiendo el don de conversar, rutina por cierto que dio paso a la Ilustración francesa. Hoy todo es crispación y se nota que hemos ido a menos. Los argumentos y la profundidad de ciertas ideas lucen atascadas. Lo que importa es la velocidad y las opiniones son refractarias al sentido común. Marcuse lo advirtió hace más de 40: Jugar con la verdad no es lo mismo que mentir o equivocarse. Es más, ser listo es sinónimo de prestigio. En el libro Elogio y refutación del ingenio, Marina advierte que “el lenguaje castizo, fuente inagotable de ingeniosidades, ha reducido las imponentes facultades mentales a escala casera y manual”.

El cortejo del morado casi azul de las jacarandas, el olor del pescado y el incienso, nos someterán a esa realidad, la del fulgor de la palabra muda, como reza un verso de Gelman, y entendamos a esta sociedad del cansancio, siguiendo la definición del filósofo alemán Byung-Chul Han. Solo así, reunidos bajo la sombra de un árbol o alrededor de una taza de café, retomemos el hilo sobre la disincronía, ese tiempo dislocado que gira sobre sí mismo, que tan bien explora Han. Otros, de pronto, en la orilla de un río, en la búsqueda de la contemplación, descifren la interrupción de la velocidad o que no hay placer que no involucre vida, porque esta no es pasteurizada.

Escasos días donde evitaremos que la gravedad de ciertas cosas nos atrape. Nos deslizaremos sobre ellas para huir de la novedad que es ruina pasado mañana. Tiempo y palabra, silencio y conciencia sobre sí; paisajes y juegos, para los soles nuevos en la raíz del cielo. Ya ven, pues, tendremos el espejismo del paraíso, sin normas ni prohibiciones, como si gozáramos de una libertad absoluta, aunque las noticias nos indiquen lo contrario y el tráfico nos arruine la existencia. Días de utopías e inocencias ejercidas a contrapelo de la frase de Shakeaspeare: ¡Cuídate de los idus de marzo!

Fuente: Siglo21 [http://www.s21.com.gt/fiticon/2016/03/22/idus-marzo]

 

Gerardo Guinea Diez
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