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Hermosas mentiras

Javier Payeras

Si bien dicen que el papel aguanta con todo, quizá tal expresión necesita ser actualizada.

En una época en la que “no sólo de papel vive el hombre”, existe un enorme abanico de posibilidades para manejar la información. Lo impreso es apenas una minúscula parte de toda esa galaxia de opiniones que van de lo colosal masivo hasta lo discreto e intelectualoso.

Para informar, desinformar, malinformar, desviar la información, hinchar o apagar, hoy existen muy efectivas herramientas. Tal cosa lo confirma el hecho de que un suceso despierte una indignación inmediata en minutos y se propague en cuestión de horas a todo el planeta. Un vídeo, por ejemplo, en el que se registre un acto aberrante, un asesinato u otra de las muchas bajezas cotidianas, puede conmocionar a esta sociedad del espectáculo, siempre adherida a sus pantallas de televisión, de computadora o de teléfono.

Las indignaciones suben como la espuma y bajan con la misma velocidad. Estamos condenados siempre a moldear nuestra opinión según la etiqueta de turno. Así un escándalo político tarda lo que se pueda sostener en nuestra memoria cortoplacista; de pronto aparece la tragedia humana (de esas que tristemente abundan todos los días) y un maquiavélico equipo de comunicadores ve en ésta la oportunidad para desviar el rumbo de cualquier intención ciudadana que realmente de la pauta para transformar el status quo que malvivimos.

Entre hackers, medios faferos, verdades a medias y mitologías, apenas logramos discernir cuánto de verdad existe dentro de tan tupido bosque informativo: el niño que muere un día, al día siguiente se convierte en un fraude bancario, luego en un bombazo en un aeropuerto, después en la indignación nacionalistoide contra un comentario deportivo, o en la batalla campal entre ideólogos trasnochados, sino en la confesión gay de algún farandulero intrascendente.

Nuestros ojos son víctimas del acoso de mentiras cambiantes. Tal parece que lo que realmente está en juego es nuestro individualismo. Opinar según la agenda impuesta es el mayor logro de domesticación que imponen los poderes detrás de los medios.

Pensar fuera del marco y dejar ideas que permanezcan es acaso la única ambición de quienes nos hacemos llamar librepensadores.

Fuente: [soledadbrother.blogspot.mx]

Javier Payeras
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