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El vacío

Ilka Oliva Corado

Espero con premura la noche para tenderme sobre mi cama y entrar en la etapa de la somnolencia y el limbo de la inconsciencia nocturna. No dura 6 horas como quisiera, a veces solo cuatro en algunas solo tres. Duermo sosegada tan solo breves instantes el resto de tiempo son sobresaltos y pesadillas. Derrotada recurro a las pastillas para dormir. Cuando abro los ojos y despierto es la hora más infeliz del día, porque me percato que sigo aquí en este intento de sobrevivencia que me consume constantemente. Dándole tiempo al tiempo, buscándole una explicación a mi vida, ofreciéndole una razón de ser. Excusándome por mi cobardía.

Ilka Oliva Corado

La única forma en que logro resistir tanto desaliento es escribiendo. Escribir es lo único que me hace levantarme de esa cama a enfrentar el aturdimiento de mi existencia. Entonces me instalo en el vacío que me habita, a veces lo contemplo con ternura y lo acaricio como si se tratara de una niña recién nacida. En otras lo escarbo con cólera y con mis dedos en carne viva arranco tirones de mi piel y hurgo con urgencia y demencia en la profundidad de mi inconsistencia y de mi inseguridad; buscando una respuesta, una razón, y por qué. Me debato en feroces contiendas de las que salgo fatigada y malherida, débil e imprecisa y con ningún punto a mi favor.

Cada vez que lo hago encuentro dentro de ese halo a una Ilka en ruinas cada vez más decadente, con lentas pulsaciones, agónica. Mancillada y delirante. Furiosa, encolerizada, a la defensiva todo el tiempo, con las garras afiladas y el celo y la sed y un llanto profundo que brota desde mi insondable frustración. Desde ese dolor agudo e incomprensible.

Con una resistencia cada vez más frágil enfrento las horas de hastío y tormento. Esbozo garabatos en hojas de papel, pinto abstractos que le den color a mi oscilación, rasguño las cuerdas de la guitarra, y escribo, escribo, escribo. Interminables líneas que se vuelven aullidos, eco, mares despiertos, lluvia incesante, bruma y ensueño. Y viajo a parajes deshabitados, escapando del vestigio, intentando salvarme de caer cada vez más y más profundo en un abismo sin final. Rasguño en mis infiernos buscando un soplo de vida, y entonces agonizante escribo poesía hecha de fantasía, de lo irreal, de lo incuestionable. Con la fantasía existo, pronuncio, respiro. Con la poesía amo, siento, sueño. Con la poesía lloro, corro, me fatigo, me caigo y me levanto. Con la poesía camino sobre las cuerdas flojas y se desangra mi frustración. Me encaro, me cuestiono, me pronuncio, me abrazo, me perdono, grito, sonrío, idealizo, acaricio el anhelo.

Escribo y escribo y escribo hasta el cansancio, hasta que me duelen los dedos, hasta que se me olvida comer, hasta que los avernos me dan una tregua, hasta que se secan mis lágrimas, hasta que me canso de estar encolerizada, hasta que llego a un callejón sin salida y me toca enfrentarme cara a cara con mis más profundos trastornos y de nuevo hurgar en el vacío. Hasta que se me olvida que existo, por eso escribo porque quiero olvidarme que existo en ese primer instante del despertar. En esas veinticuatro horas del día. Un día dejaré de escribir para dejar libre de mí a mi última resistencia. Para emanciparme, para habitar en el vacío. En lo frágil del olvido. Para no existir.

24 de enero de 2016.

Estados Unidos.

Fuente: [http://www.cronicasdeunainquilina.com]

Ilka Oliva Corado
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