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“El Coleccionista de Canciones”

(De la sinestesia a la creación)

En medio de los sonidos inefables del silencio, una constelación de colores y aromas se confabulan  y  van viajando con el viento, de cornisa en cornisa, tocando de puerta en puerta, colándose por las ventanas, paro nadie los escucha, nadie los reclama…

Veía con qué facilidad las aves emprendan el vuelo y se preguntaba el porqué a los humanos Dios le negó las alas, pero a cambio les dio la imaginación para volar de lugar en lugar, para inventarse incluso mundos inexistentes que gravitan en sus mentes.  Para  Miguel Alejandro, al igual que para muchos niños de su edad los juegos eran una cosa seria, esa carencia de juguetes se trocaba en una bendición que hacia levitar a su imaginación y la inclinaba a la invención de historias recurrentes que gravitaban en su mente. Historias en las que los principales protagonistas eran esos toscos juguetes, figuritas de arcilla de todas formas y tamaños, desde criaturas que evocaban a los dinosaurios, hasta personajes de desconocidas galaxias…

Cuando los asuntos de la escuela empezaron a reclamar su atención y sus energías, la imaginación se negaba a quedar a un lado, como si fuera una prenda vieja que ya no talla la cintura o que ha sido superada por la estatura.  Tuvo grandes dificultades para aprender a leer y  escribir era como una tortura que no quería repetir.  Dado que era un zurdo obligado a escribir con la mano derecha y cuando “El problema” de su falta de avance fue identificado, ya él con todo lo que tenía que ver con  la escuela se había peleado.  Pero aprender a leer  le habría abierto ventanas a mundos donde las letras eran las autopistas donde su imaginación encontró nuevos horizontes. Sus primeras composiciones arrancaban ovaciones que eran acalladas por su mala ortografía.  Poco a poco la escuela dejo de ser fuente de penas y dificultades, pues le gustaba los libros de historia y los números no eran más que colores en franca competencia.

Cuando le llego la adolescencia, las primeras ilusiones tocaron a su puerta, la música lo empezó a seducir, hasta  un día llevarlo a escribir aquella primera canción a la cual no le puso mayor atención, ya que pensaba que aquello era algo que cualquiera podía hacer, sin alcanzar a comprender que las musas son damas esquivas que no bastaba con tener una sensibilidad excepcional para atraerlas cual si fueran abejas al panal.

Solía cambiarle la letra a las canciones que se escuchaban en la radio, pero aquello solo eran ensayos furtivos quelas musas fraguaban en su mente.  Se constituyo en el escribano de sus amigos, los cuales sorteaban suerte para que de su pluma brotaran palabras angelicales  que transmutaban amistades en noviazgos permanentes. Pero las musas suelen ser insistentes y en medio de ecuaciones, teoremas y cálculos complicados, le planteaban algoritmos  que se mesclaban con frases y ritmos, lo cual demostraba que las musas para la inspiración, no conocen de esquemas.

Le sorprendía que para él, la luz que emiten las luciérnagas siempre han sido de color azul o que de vez en vez un aroma pudiera  hacer en su mente un sin fin de evocaciones desde frases sin conexión, hasta recuerdos de cosas que nunca se han vivido. Otras veces cual si fuera vidente en los sueños de un adolecente, se sorprendía escribiendo en pedazos de papel o de cartón  versos inconclusos o mensajes que en un inicio no entendía.

No importaba que estuviera haciendo, viendo televisión, jugando un partido de futbol, en el cine o en un restaurante en un instante los versos invadían su mente.  Pero escribir canciones era otra cosa.  Todo empezaba con una suave briza que besaba su piel que luego evocaba un color, un aroma o una imagen, que poco a poco iba como silbándole una melodía que iba siendo sustituido por el sonido de un piano, un violín, una flauta o una voz que emanaba de su interior y lo ponía a silbar, luego escuchaba la orquesta completa, como si estuviera escuchándolo a través de una frecuencia de radio de la cual, era él, el único receptor. Desde niño las escucho pero lo dejaba pasar pensando que era una canción que había escuchado en la radio, hasta que un día jugando a adivinar canciones con un grupo de amigos, les cantaba pedazos de canciones que se le ocurrían, que lógicamente nadie alcanzaba a adivinar, lo cual dejo al descubierto un talento que yacía enterrado en el jardín de sus secretos.

Al hacerse consiente de aquella posibilidad de poder escribir canciones y de los versos que revoloteaban como mariposas en su mente, empezó a llevar consigo una libreta y una pluma, para capturar  en tinta  y papel música sin partitura y versos sin poesía.  Ya que no se le pasa un solo día, sin que las musas lo vengan a sorprender, pues no se toman vacaciones, ni conocen de horarios, ni de calendarios…

Escribir un poema, una canción, es para él, una experiencia orgásmica que lo lanza por un momento fuera de este mundo, luego regresa como un vagabundo casi inconsciente de lo que escribió… No son voces cual si fueran fantasmas esquizofrénicos que le hablaran, es una experiencia, que no sabe decir si es divina o extrahumana que se apodera de su alma, estremeciendo sus sentidos y haciendo que sus latidos, se tronquen en gemidos que junto a la naturaleza alaban al creador…No pocas veces ha tenido que descifrar sus manuscritos, pues los versos los ha escrito como vistos en un espejo.  No pocas veces se le ha visto corriendo con urgencia en busca de papel, como si fuera alguien que no aguanta las ganas de ir al baño, para dejar las cosas plasmadas en papel que por su naturaleza no pueden ser confiadas a la memoria.  Quizás lo suyo sea solo una traída historia, de muchos que tiene esta híper tendencia que angustia a la paciencia y te deja en estados de inconsciencia por unos minutos y te envía a un mundo celestial, donde los ángeles no son seres extraños, donde el tiempo y los años  carecen de sentido, donde cada latido del corazón le hacen recordar que sigue anclado a este mundo. Continúa siendo gran amigo del papel aunque se apoya en la tecnología, dado que el duende del tiempo últimamente ha dado por orinarse en las hojas de papel que guarda en el cajón de sus desvelos. Se dio cuenta que hay palabras que la boca no las puede contener, porque tienen sus propias  alas…

Oxwell L’bu