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EL Chi

Rolando Enrique Rosales Murga

El corazón arde en la pira de la vida con pasión que rezuma eternidad. Las manos juntas parecen darse amor una a la otra. El cuerpo en esta orilla, con las piernas cruzadas, mientras la mente nada en el vacío infinito. El cero, tan amado por los mayas, eso es lo que se busca dentro de sí mismo. No llorar por el dolor ni ser altivo por el triunfo. Ir más allá de los apegos, trascender, evolucionar, lograr el cambio siendo humilde. Que la tempestad ruja si quiere, que una mente llena de auspicio no pierde su esencia. Sentir la vida en cada respiración; hálito fresco que va llenando los pulmones de solaz. Ofrendarle una sonrisa interna a los órganos y agradecerles por funcionar.

Sangre convertida en fuego corre por la piel dándole  calor aún en los lugares más fríos de la Tierra.  Sus ojos cerrados, que aunque cerrados se mantienen en una contemplación absoluta del infinito. Absorto, arrobado, obnubilado; sus ojos están llenos de bondad y aún así hay quien tema mirarlos, pues escudriñan lo interno y no lo de fuera, puesto que saben que la esencia es lo de dentro, que la piel es sólo un envase.

Narrativa y Ensayo publica este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

Rolando Enrique Rosales Murga
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