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Bailar

la lucha

Lucía Escobar

Bailan las hojas con el viento. Baila el fuego. Bailan las olas del mar con la música de la Luna. Bailan los enamorados y los despechados. Baila la Tierra y las estrellas.

¿Has visto bailar a un niño pequeño? Se mueve al ritmo de la música con alegría y sin complejos. Casi todos los padres presumen del gusto de los hijos (pequeños) por el baile. Con el tiempo los adultos lo irán chiveando y dirán: mírenlo, mírenlo, mientras ríen y se burlan de sus movimientos. Puede que esa espontaneidad se pierda por completo. En la adolescencia y en la pubertad casi no se baila. Son los años en que afloran más los complejos. A eso sumémole que en Guatemala, no somos de andar bailando. Y crecemos pensando que existe un buen bailar y un mal bailar. Habrá quienes nunca más se volverán a mover libremente al ritmo de la música y reprimirán ese sabroso impulso.

Bailar es un gusto extraño que compartimos con los animales. Casi todos los animales bailan, se mueven con gracia y con ritmo. Bailan para seducir, para impresionar, para acercarse al sexo opuesto y llamar su atención. Los humanos también bailamos para eso y también por otras razones. Se baila porque se siente, porque es un llamado ancestral que nos invita a disfrutar del espacio en que transitamos. Bailar puede ser el preámbulo del apareo pero también puede ser el momento de dejarnos, ir, de relajarnos y ser nosotros mismos flotando suavemente en el mantra universal.

Bailar es el ejercicio que más me gusta hacer después de nadar. Bailar es como volar pero más divertido. Gracias a las fiestas electrónicas y raves, se puede pasar una noche entera bailando. Ver salir el Sol, atrás de un volcán en erupción, mientras bailás como si fueras el último zombi sobre el planeta, es una experiencia única.

Bailar es una gran terapia para el alma, el cuerpo y el corazón. Es dejarse ir con ese ritmo que te sube a la cabeza que te anula los pensamientos y te pone en un lugar privilegiado del cosmos. Bailar es burlarse del tedio y de la edad, bailar es no tener miedo a la vergüenza, es buscar nuestro ritmo interior y latir con la Tierra.

Cuando bailamos, ya sea solos o acompañados, frente al espejo o en una discoteca, hip hop, o jazz, cumbia o metal, romántico o electrónico, todo nuestro cuerpo se entusiasma, hasta nuestro cerebro rejuvenece. Bailar nos alarga la vida y la alegra. Estimula la memoria, el equilibrio y la coordinación, mejora la flexibilidad, la elasticidad y la circulación, reduce el estrés, fortalece el corazón, las piernas y la autoestima, hace perder peso y produce endorfinas y oxitocina por montón.

Yo, como Nietzche: Solo podría creer en un dios que supiese bailar.

@liberalucha

Fuente: [www.elperiodico.com.gt]

Narrativa y Ensayo publica este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

Lucía Escobar
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