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Arte y erotismo

Carlos López

Este, que ves, engaño colorido,

que del arte ostentando los primores,

con falsos silogismos de colores

es cauteloso engaño del sentido;

éste, en quien la lisonja ha pretendido

excusar de los años los horrores,

y venciendo del tiempo los rigores

triunfar de la vejez y del olvido,

es un vano artificio del cuidado,

es una flor al viento delicada,

es un resguardo inútil para el hado:

es una necia diligencia errada,

es un afán caduco y, bien mirado,

es cadáver, es polvo, es sombra, es nada.

Sor Juana Inés de la Cruz

Los seres vivos están infiltrados de arte y erotismo —que es pleonasmo, pues todo arte es erótico—, aunque éstos se consideren atributos sólo humanos, porque sólo ellos tienen la capacidad de representar de cualquier forma la metáfora del sexo, su expresión mística, que es el erotismo. Arte y eros coexisten, son indisolubles, y es casi imposible que uno no conduzca al otro. Aun en obras con un discurso que no tiene al erotismo como tema central, se puede reconocer la pulsión erótica del autor. Anais Nin agrega un elemento epistemológico al afirmar que «el erotismo es una de las bases del conocimiento de uno mismo, tan indispensable como la poesía», como un elemento transgresor, liberador de los seres humanos.

La pulsión erótica ha existido siempre en el arte, desde sus expresiones más básicas —como las pequeñas venus de piedra o arcilla— donde la representación del ser humano con formas exageradas o los sexos expuestos manifestaban un elogio a la fertilidad, pero también una sexualidad latente. En la literatura, en Gilgamesh, uno de los poemas más antiguos de la Tierra, la prostituta sagrada humaniza a Enkidú un hombre salvaje a través del amor físico; gracias a la unión sexual, Enkidú deja de ser como las bestias de su manada y se convierte en un ser pensante.

Con el tiempo, el ser humano, y por lo tanto el arte, han ido transformando su visión y elaborando su sexualidad hasta revestirla de imaginación, es decir, de erotismo. El erotismo y el arte tienen muchas características similares porque su impulso es la creatividad, escapar del lugar común y nunca caer en lo obvio. El estímulo está en el juego, en la invención y las múltiples maneras de abordar lo ordinario y volverlo extraordinario. Según Jean Chevalier y Alain Gheerbrant, «universalmente, la unión sexual es la repetición de la hierogamia primera, del abrazo de Cielo y Tierra, del que han nacido todos los seres: “Cuando esta penetración recíproca se opera, dice el I-ching, el Cielo y la Tierra se armonizan y todos los seres se reproducen”». El ímpetu sexual está también en lo no dicho, en lo prohibido y en esa frontera que junta la vida y la muerte. La relación Eros-Tánatos es el oxímoron del amor. Aquél es la vida; ésta, la cópula. La pornografía avasalla con el deseo, la inteligencia, está más cercana a Tánatos. El cuerpo humano es el centro del combate de la representación de todas las artes. En el erotismo conviven la dulzura y la violencia, Eros y Tánatos, una chispa que las artes plásticas buscan retener con formas y colores. La creatividad erótica y la artística han ido cambiando y parece que sus reglas son movedizas, flexibles. Cuando la cópula deja de ser sólo un pasaje a la reproducción, el cuerpo es una fiesta, lugar de experimentación y goce, pero en México, ¿cómo se ha expresado en el arte ese erotismo? El ejercicio de la sexualidad y la práctica del erotismo siempre han cargado con un peso social. La sociedad, el estado, la iglesia funcionan como represores de los impulsos sexuales y éstos se enfatizan en la vida cotidiana. Todavía podemos apreciar y nos quedan resabios de los tímidos asomos del erotismo en nuestros poetas de finales del s. xix y principios del s. xx, como Ramón López Velarde o Gutiérrez Nájera, y somos testigos de esos asomos en el viejo cine mexicano que provocaba éxtasis al mostrar el tobillo de una mujer.

Ingrid Suckaer en Erotismo de primera mano. Artes plásticas y visuales en México (siglos xx-xxi) hace un repaso de las distintas etapas y vicisitudes del arte mexicano de un tiempo significativo por su importancia en el contexto universal. En su itinerario la autora cuestiona la banalidad a que se somete el arte en función del mercado, por la represión política o por el sometimiento consciente de los artistas. De éstos señala la poca búsqueda hermenéutica y la ausencia de pistas ontológicas que den sentido a la narrativa pictórica que refleja la cultura del país.

La autora establece las diferencias entre sexualidad, erotismo, sensualidad, pornografía, obscenidad, el discurso falogocentrista o vaginocentrista y nos da conocer las variantes de cómo el arte mexicano ha retratado o abordado el erotismo. A veces, los autores son los observadores del mundo; otras veces crean a partir de la autobiografía. Entre lo social y lo íntimo, el arte es una revelación de quiénes somos. Ingrid Suckaer hace un registro importante de la lucha de los artistas por la defensa de su trabajo (José Clemente Orozco, Roberto Montenegro, Tina Modotti, Nahui Ollin, Frida Kahlo, entre otros) salpicado de ingenio y anécdotas humorísticas —ambos ingredientes del erotismo—que el tiempo ha convertido en tales, porque en su momento fueron grotescos afanes de cooptación, control, represión. La selección que la autora realizó de los artistas incluidos en su ensayo responde al conocimiento del arte mexicano y a sus afinidades estéticas; no podía ser de otra forma por la empresa tan ambiciosa y omniabarcante que emprendió desde hace años y que es, por tanto, inacabable.

Ingrid nos seduce con su libro por la poética que sustenta y por su carácter libertario. Su mirada acerca lo complejo de una manera entrañable.

 

Carlos López