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Agradecido con Mammón

Sobre los extraños caminos del dios-dinero..

Mario Roberto Morales

En su ensayo “El dinero y la poesía”, el escritor británico Robert Graves asegura que “No hay historia más notable en toda la Biblia que la apología que hace Jesús de la pobre viuda que entregó sus dos últimos óbolos al Tesoro del Templo. Dos días más tarde las treinta monedas de plata de Judas salieron de este mismo tesoro, la mayor parte del cual se utilizaba para mantener a un grupo de sacerdotes que Jesús había condenado recientemente como traidores, mientras que el resto se utilizaba para ornamentar aún más bárbaramente un templo cuya destrucción inminente él ya había profetizado”.

La honda y dolorosa ironía de este pasaje podría implicar que por vivir bajo la hegemonía cultural romana y farisea –relacionada con el culto a Mammón–, el mismo Jesús-hombre habría sucumbido al legalismo monetarista sistémico de su tiempo al exaltar a la viuda que sin querer y por ignorancia incurrió en el despropósito de contribuir al sacrificio de su propio Mesías, así como al cultivo de la traición y el boato que niegan el espíritu mismo del cristianismo.

Unas líneas antes, Graves alude a otra ironía, parecida, pero referida a su caso personal, contando que “Los niños hambrientos de Europa Central, por quienes en 1920 vendí mi reloj de oro y algunos regalos de boda, se habían convertido para los años cuarenta en musculosos nazis que estaban vengándose de mí y de mi familia por el encarnizamiento de Lloyd George y Clemenceau”. Es decir, de los políticos que, ignorando la existencia de Graves y los suyos, humillaron a Alemania después de su derrota en la Primera Guerra Mundial. Graves, pues, contribuyó a su propia desgracia con su altruismo y Jesús lo hizo avalando la conducta de su ignara verdugo.

¿Qué nos enseñan estas vivencias si las tornamos parábolas? ¿Qué el dinero no tiene moral, que Mammón es un dios cruel, que nadie sabe para quién trabaja, o todo eso unido, con el agregado de que hasta el mismo Hijo de Dios fue víctima de Mammón? Esto último sería blasfemia para la dogmática cristiana. O quizás no. Porque así como Judas fue necesario para que la Pasión se pusiera en escena como estaba escrita, el dinero de la pobre viuda habría cumplido similar papel, previsto por la Providencia en su más alta y pura expresión. Visto así, todo se solucionaría mediante el usual escamoteo según el cual “Extraños son los caminos del Señor” y sanseacabó. La cosa acabaría en el resobado misterio con que se hipnotiza la fe ingenua del populacho.

Este razonamiento, empero, sería injusto con Graves, quien fue un hombre al que nunca le preocupó el dinero, según afirma en el ensayo que nos ocupa, aunque tampoco lo despreció, pues no se andaba con poses de iluminado. Por eso agradecía que Mammón jamás lo hubiera abandonado y tampoco convertido en uno de sus ruines idólatras, de quienes hizo este certero perfil individual:

“Aun cuando sabe que no podrá llevarse nada consigo cuando llegue la muerte, otorga de mala gana grandes legados a sus herederos y disfruta, mientras tanto, restringiéndoles el suministro de dinero, no sea que vayan a rivalizar con él en riquezas. A menudo deja la parte más importante de su caudal a alguna fundación, con la idea de que su nombre perdure como el de un benefactor exitoso. (…) Es posible que de vez en cuando contribuya a alguna obra de caridad pública con el fin de deducir impuestos, pero su donación debe encabezar la lista”. Es decir, un monumental asco de hombre.

Fuente: [www.mariorobertomorales.info]

Narrativa y Ensayo publica este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

Mario Roberto Morales
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