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Brevísima reseña orgullosa y avergonzada de la cultura guatemalteca en Cuba.

El domingo 16 de enero a eso de las dos y media de la tarde, aterricé en el aeropuerto José Martí de La Habana. En el mismo avión venía el Vicepresidente de mi país para una visita oficial. Yo llegaba como jurado del Premio Casa de las Américas 2011.

Esa misma tarde, a las cinco, los jurados del Premio Casa asistimos a un concierto de música renacentista y barroca de la Colonia, por parte del conjunto Ars Longa, que reúne voces de soprano, mezzosoprano, alto, tenor y barítono, y que utiliza instrumentos como la chirimía, la bombarda, las flautas dulces, el sacabuche, el bajoncillo, el bajón, la viola da gamba, el violone, el laúd, la guitarra renacentista, el órgano y el clavecín. Para mi sorpresa, la mayoría de piezas ejecutadas eran de Guatemala. Por ejemplo, del Códice 7 de Santa Eulalia, Huhuetenango (s. XVI), de Pedro Bermúdez, Magister de Capilla de la Catedral de Guatemala en 1600, del portugués Gaspar Fernándes y del español Hernando Franco, quienes ocuparon el mismo puesto que Bermúdez en la Catedral de Guatemala.

Dice Miriam Escudero, autora del comentario del programa de mano, que: “Fue la música vehículo idóneo para la evangelización americana. Dominicos, franciscanos, jesuitas, mercedarios… la utilizaron en sus misiones (…). Así encontramos los valiosos 17 códices del Departamento de Huhuetenango (Guatemala), provenientes de los pueblos de Santa Eulalia, San Juan Ixcoy, San Mateo Ixtatán y Jacaltenango, al noroccidente de Guatemala, que constituyen una de las más antiguas muestras del repertorio musical misional en América. Fueron elaborados entre 1582 y 1635 y contienen numerosos villancicos, danzas, breves piezas instrumentales, junto con obras litúrgicas de compositores franco-flamencos y españoles de principios del siglo XVI”.

Escuchando el tambor y la chirimía, así como algunos cantos en nahua producidos en Huhuetenango, me invadió una extraña mezcla de orgullo y vergüenza. Orgullo, por enterarme de que mi país no sólo ostenta los principales textos precolombinos y el gran poema monumental de la Colonia (la Rusticatio Mexicana, de Landívar), sino también parte del más importante patrimonio musical colonial de América. Y vergüenza, por venir a enterarme de esto a Cuba, en donde los artistas e intelectuales escuchan y aprecian estas manifestaciones de nuestra cultura mestiza, mientras en Guatemala las ignoramos con la indiferencia dolorosa en que nos ha sumido la subcultura del consumismo y la superficialidad.

Al día siguiente, en la Casa de las Américas, entré a la Sala Manuel Galich, paisano que fue Vicepresidente de la Casa cuando Haydeé Santamaría la presidía, y a quien entrevisté allí mismo en 1978, cuando asistí al 11 Festival de la Juventud y los Estudiantes. La Casa se prepara para celebrar el centenario del nacimiento de Galich en 2013, mientras en su país se le ignora olímpicamente, gracias a un sistema educativo a-histórico, a-crítico y banal. El lunes 24 de enero a las tres de la tarde, participé en una mesa redonda llamada “Cómo narrar en/la América Latina”, justamente en la Sala Manuel Galich. Allí lo recordé en público y también aludí al hermoso libro de Martí titulado Guatemala; al autor de la letra de nuestro Himno Nacional, el cubano José Joaquín Palma, y al ensayo memorable del gran escritor cubano Juan Marinello, Guatemala nuestra. Y di gracias a Cuba por valorar la cultura de mi país mucho más que mis propios compatriotas, sumidos en una ignorancia impuesta por décadas de ordinariez oligárquica y militar.

Cienfuegos y La Habana, enero del 2011.

Mario Roberto Morales
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