Nunca vio un gato negro en los tejados
y ninguna paloma fue blanca ante sus ojos
ni fue el cielo azul o gris
de una tarde cualquiera
el que lo dejó ciego.
Se quedó ciego por voluntad propia.
Se negó para siempre a abrir los ojos ante la pesadilla.
Permaneció en otro mundo,
el suyo,
sin luz pero luminoso
como la materia oscura
que afecta y curva lo que vemos.
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