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Por Juan Antonio Rosado

La historia del manuscrito de la novela Obraje, escrita por el guatemalteco Mario Roberto Morales, podría constituir en sí misma un relato de aventuras: su premiación en un concurso de principios de los años 70, su descalificación posterior por parte de un grupo de escritores, su pérdida material y su azarosa recuperación muchos años después. Pero no es objeto de esta breve nota narrar la historia del manuscrito, sino exponer la importancia de esta novela para las letras hispanoamericanas. Elaborada hace cuarenta años, corresponde a una etapa de experimentación, cuando los jóvenes autores de Guatemala deseaban apartarse de la alargada moda asturianista. Ya no querían «representar literariamente al pueblo en términos “mágicos”».

Con gran economía de recursos y una concisión que la alejan del barroquismo, este retorno a la claridad no cae, a pesar de que el telón de fondo sea un pueblo, en el costumbrismo tradicional. A base de retrospecciones y una estructura fragmentada, con vaivenes temporales, el narrador va trazando algunos episodios del aprendizaje y desa-rrollo de Güicho, hasta que éste se convierte en presidente de una «dictadura democrática», en que la verdadera autoridad es el ministro de la Defensa.

Al inicio, la obra se destaca por su prosa descriptiva, llena de plasticidad y elementos deícticos que nos ubican en el espacio. En el cuadro inicial aparece Güicho y los personajes de lo que —después lo sabremos— es el pasado. Poco a poco caemos en la cuenta de que esta retrospección es parte de la infancia de un hombre fracasado, que vivirá en cárcel de cuatro paredes y que sólo se asomará a la «vida» con brevedad, cuando se involucre con la vedete Kitty Dámasa. Se trata de un fracasado porque no es sino un simple empleado público: «un insignificante presidente de la república».

El sentido lúdico de Obraje va más allá de su estructura. La ya proverbial soledad del dictador, tema recurrente en muchas novelas latinoamericanas sobre dictaduras, es pintada aquí, no de forma grotesca, sino patética, sobre todo si atendemos el turbio pasado del personaje. Pero las fuerzas revolucionarias no se quedan atrás, acaso conducidas por una locura senil: «¿A qué hora se hará la revolución?». La respuesta: «¡A las doce de la noche!», mas todos estarían durmiendo; entonces es mejor a las siete, para que exista apoyo popular. No obstante, hay un contrargumento: las siete no es hora para una revolución; lo esencial es el factor sorpresa. Si bien esta escena es humorística, paródica y aun caricaturesca, la novela revela un contenido social en que se despliega la tortura, el asesinato y otras formas de violencia (incluso en la cotidianidad de la vida íntima) y, por supuesto, la injusticia. Por sus múltiples tonos, efectos e intenciones, Obraje puede considerarse una obra de ruptura en las letras guatemaltecas.

Mario Roberto Morales, Obraje, Editorial Praxis, México, 2010, 153 p.

Mario Roberto Morales
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