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Los libros no están a merced de sus autores y, una vez que se desprenden de sus manos, su viaje es incierto. Mario Roberto Morales escribió Obraje en 1970 y en 1971 obtuvo un premio que no incluyó la publicación de la novela, que, inédita, se difundió entre los amigos y recibió de éstos severas críticas —mezquinas y poco certeras, ¿envidiosas?—, lo que hizo que el autor engavetara su trabajo. Los vaivenes personales y la represión política del gobierno de Guatemala provocaron que Obraje se perdiera durante veintiocho años, pero gracias al azar y la amistad, el texto fue recuperado y, cuarenta años después, sale a la luz. El escritor lo acepta como un trabajo de juventud con ecos del boom latinoamericano, pero también con un ímpetu contrapuesto, una antinovela que no sigue una historia lineal (con un inicio y un cierre circulares) y que puede leerse de manera aleatoria.

En este relato, el narrador no emite juicios directos, más bien constata a través de diversos personajes una realidad compleja, evidente, a veces, y, otras, difícil de desentrañar. Obraje es un poblado de Guatemala, un microcosmos donde transitan seres que mueven al lector al sufrimiento, la comprensión o la risa. Güicho, el protagonista, es un joven común, sensible, confundido, que en su etapa adulta llega, sin convicción alguna, a ser presidente de la república. Morales logra retratar a este protagonista (el protagonista principal es el pueblo) como un ser lleno de contradicciones. El núcleo de ese pequeño mundo es la familia de este personaje: su madre, la Chus, una mujer falaz y poco cariñosa que lo castiga «por su bien»; su padre, don Ricardo, un boticario que antes de serlo vendía cristos de casa en casa y que suele emborracharse durante días enteros y amanece casi siempre en Las Horas Felices, el prostíbulo del pueblo. Güicho tiene una formación desigual, producto de las supersticiones de su madre y el machismo de su padre.

El lector que avanza en la lectura va uniendo hilos y piezas para completar una historia de apariencia chusca y trasfondo terrible. El rompecabezas nunca se completa. El autor deja huecos porque sabe que las personas no están hechas de una sola pieza; por el contrario, son falibles, desconfiadas, ambiciosas, inconsistentes, racistas. El ambiente del pueblo está mezclado con diversas culturas y tradiciones; en un cerrado núcleo conviven indígenas, españoles, chinos. Coexisten, también, la magia y la religiosidad, la corrupción y la hipocresía. Lo que es difícil de encontrar es la verdad porque Morales, con su ojo certero, nos presenta seres que se mienten una y otra vez, que van en contra de sus deseos, que no tienen convicciones y que si las tienen, renuncian a ellas. Esto da lugar a matrimonios fallidos, sexualidades mediocres, amores nunca realizados, indecisiones determinantes. Hay un drama de insatisfacción y frustración en todos los personajes que anhelan siempre estar en otro lugar, en otra existencia.

Están, además, las jerarquías que se vuelven ridículas por la ostentosa violencia que refleja la falta de carácter. Así, el coronel tira balazos a lo loco o aprueba que se mutile a machetazos a un militante de la guerrilla o planea «limpiar de comunistas al pueblo». Los mundos en apariencia opuestos se vinculan: el burdel y la escuela de monjas, los militares y la lavandera que lee el futuro. Ésta es una lotería triste donde la vedette, el soldado, la monja, el adolescente, el indígena, la madre, el borracho, el Lic, el Dóctor, el coronel, el presidente forman un entramado lamentable. Todo parece estar a punto del estallido. La crueldad explícita o soterrada es una constante. También lo es el alcohol que domina a los personajes deseosos de atajar su cobardía y su dolor.

El autor no hace concesiones ni cae en lugares comunes. En vez de encariñarse con sus personajes, los deja actuar. Con la magia de la palabra, sin pretensiones, retrata muy bien lo que sucede en la interioridad de los protagonistas y en su interacción social. El sentido del humor enfatiza el drama, una chispa que sale a flote en los diálogos y en las situaciones (como en el plan de don Cruz López y sus amigos para hacer la revolución). La juguetona estructura de la obra retrata la fragmentación social y, en un espacio más limitado, la desintegración desgarrada de cada individuo.

El autor consiguió en esta novela de juventud sopesar un momento crucial en la historia de Guatemala y dejar constancia de sus desigualdades. Él considera Obraje como una hermana gemela de El tiempo principia en Xibalbá, de Luis de Lion, su camarada. Mario Roberto Morales también consiguió dejar un testimonio que sigue incomodando a muchos. El autor conoce el poder del lenguaje, la peligrosidad latente de la palabra escrita. Su valiente trabajo escondido durante 40 años, sale ahora, por fortuna, al encuentro de sus lectores. No puede ser calificado de otra forma el hecho de que el autor, al releer el libro, haya cambiado su opinión inicial y decidido publicarlo, para enterrar las críticas malintencionadas de sus amigos y compañeros de letras y armas.

 

Carlos López