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La defensa kaibil de la patria

Una pequeña muestra del heroísmo contrainsurgente.

Toribio de León, kaibil, con el rostro pintado y el machete en la mano, brincó hacia adelante junto a sus compañeros sobre la aldea bombardeada, sobre los ranchos llameantes, y comenzó a buscar objetivos: la orden: matar todo lo que se mueva, quemar todo lo que agarre fuego: así es la lucha contra la subversión. Toribió vio que sus compañeros irrumpían en el espacio de la aldea, vio cómo un anciano levantó los brazos frente a un kaibil y cómo éste le sembró el machete entre el cuello y el hombro, cómo le puso la bota en el pecho para sacar la hoja ensangrentada y cómo, en el suelo, le cortó los brazos y las piernas y lo dejó ahí botado temblando. La orden: herir de muerte, dejar vivos a los subversivos cuando ya no puedan sobrevivir, dejarlos que mueran solos y despacio, asegurarse de que haya testigos y dejarlos huir. Toribio vio cómo sus compañeros macheteaban a los perros amarrados, a los cerdos en los chiqueros, cómo entraban a los ranchos y les prendían fuego: de un rancho en llamas salieron cinco niños llorando, el compañero que Toribio tenía al lado les hizo encuentro y blandió el machete con fuerza, dos cayeron ensangrentados, entonces Toribio, al sentirse observado por su compañero, persiguió a los otros, se le fueron en varias direcciones y solamente a uno pudo sembrarle el machete en el centro de la cabecita que tronó como un coco: el niño paró su carrera y se sacudió, Toribio quitó el machete, el niño se volvió a verlo, entonces Toribio le arrancó la cabeza de otro filazo. Siguió caminando, las gallinas volaron sobre sus hombros y la hoja de su machete silbó en el aire partiendo en dos a una de ellas; corrió: una anciana en el suelo con el brazo derecho desprendido intentaba levantarse: Toribio lanzó el machetazo a la cintura, se agachó para asestárselo: la viejita se agarró el triperío que comenzó a brotarle por encima del traje multicolor pero no pudo cogerlo todo y la masa brillante se comenzó a desparramar sobre la tierra. Toribió siguió trotando: silba el machete, silba, corta el aire, corta cabezas que dejan fija la expresión cuando se doblan con ternura –como la cabeza de Juan– sobre uno de los hombros, corta brazos y dedos y pies, abre vientres de parturientas, aplasta bebés contra las rocas, corta pies de tajo. La orden: humillar al objetivo (elemento subversivo) y que otros atestigüen la humillación; la orden: hacer denigrante el momento de la muerte; la orden: destruir objetos religiosos y litúrgicos: imágenes, báculos de plata, trajes ceremoniales; la orden: matar a los cofrades, a los chimanes, a los sajorines, a los brujos, a los ancianos, a los niños pequeños; la orden: matar mujeres embarazadas, sacarles a los hijos del vientre y aplastarlos a la vista de todos. (…) Al fin, allá, otra mujer embarazada: despacito, agarrándose la barriga, trata de huir por un despeñadero, vuelve a ver a Toribio: en su rostro se aprecian los dolores del parto. (…) Toribio la toma de un brazo, el kaibil que está detrás de él lo ayuda y entre los dos la arrastran hasta el centro de la aldea: otros dos kaibiles que los ven venir con la embarazada comprenden. La orden: evidenciar que la vida se ha acabado para los indios. La toman de pies y manos y uno le rasga el vientre con su cuchillo: el niño se mueve, se sacude, nace/

(Fragmento. Señores bajo los árboles. http://www.literaturaguatemalteca.org/morales.html)

 

Mario Roberto Morales
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