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No todo fue tiempo perdido

El “invierno gris” después de la “primavera azul y blanco”.

Mario Roberto Morales

El 30 de junio pasado, Misión Verdad posteó un artículo titulado “Futuras y posibles revoluciones de color en América Latina” (http://misionverdad.com/trama-global/futuras-y-posibles-revoluciones-de-color-en-america-latina), en el que se lee lo siguiente:

“Dentro de la doctrina de guerra no convencional […] la oligarquía global continúa en su intento de armar escenarios de ‘cambios de régimen’ a través del modelo de revoluciones de colores […] y la aplicación de diferentes tácticas no convencionales para inmovilizar los procesos latinoamericanos y retrotraer sus fundamentos. [D]urante la Administración de Obama se ha priorizado la utilización de la intervención encubierta y por ende el uso de la guerra híbrida, posmoderna o líquida, para generar ‘cambios de régimen’, ya sea a través de ‘revoluciones de colores’ o del progresivo deterioro del frente interno para llevar al ‘enemigo’ a un escenario de ‘guerra civil’ o asedio permanente. En este tipo de intervención, la mano estadounidense no se ve directamente y se esconde detrás de sus ‘socios civiles’ (Ongs, políticos, estudiantes, periodistas, entre otros) con financiamiento indirecto y campañas de propaganda 2.0. Todo esto se pone en marcha, generalmente, con un hecho ‘prefabricado’ que active toda esta estructura debidamente apoyada con las bases gringas en América Latina y la colaboración de las oligarquías criollas, ansiosas por entrar en la globalización como intermediarias de nuestros países-mina”.

En cuanto a Guatemala, el “hecho prefabricado” fue un caso de corrupción estatal convertido en golpes mediáticos, y las Ongs, los políticos, los estudiantes y los periodistas de derecha e izquierda progre y biempensante (y por ello emotivamente manipulables), montaron la escena de la “primavera azul y blanco”, misma que sirvió como un coro de voces indignadas para que el cambio de gobierno —planificado por los organizadores geoestratégicos del “golpe de Estado blando”— tuviera un aura local y global de legitimidad popular. Basta con determinar los financiamientos ¿indirectos? de los medios que con más fervor azuzaron las marchas y cantaron “victoria popular” ante la planificada renuncia de Pérez (la cual ocurrió hasta que ya las elecciones no podían suspenderse), para constatar si el guión de la “revolución de color” se siguió aquí al pie de la letra o no. Lo constatable es que cuando la CICIG ya no dio otro golpe mediático y los perfiles falsos dejaron de convocar, la fiesta se acabó para siempre. Eso sí, con algunos cambios para que no cambiara nada, así como con la estruendosa inmovilidad de los “indignados” ante el más grave escenario de militarización de la política que cobró forma después de las elecciones.

Es a esta militarización que las confesiones de Eco y Monzón obedecen, pues ambos saben que toda La Línea, los jueces corruptos y hasta Lima saldrán libres en tres años gracias a Jimmy. Toca por ello —en este “invierno gris”— establecer el grado de manipulación que hubo en el movimiento urbano, y reconstruirlo como parte activa de una acción de masas organizada para impedir la prolongación de la impunidad y el asesinato de líderes populares. Sólo así la extinta experiencia urbana adquirirá un sentido emancipador y habrá servido de algo más que de recurso manipulado para la dominación. Y se podrá decir con autoridad y sin juvenil nostalgia de prematuros viejos sentimentales, que no todo fue tiempo perdido.

Lo constatable es que cuando la CICIG ya no dio otro golpe mediático y los perfiles falsos dejaron de convocar, la fiesta se acabó para siempre. Eso sí, con algunos cambios para que no cambiara nada, así como con la estruendosa inmovilidad de los “indignados” ante el más grave escenario de militarización de la política que cobró forma después de las elecciones.

Mario Roberto Morales
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