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No apto para personas decentes

Sobre la inconveniencia de ser civilizado.

Mario Roberto Morales

Por Freud sabemos que una persona civilizada es aquella que antepone la razón al impulso. Y que el acto civilizado implica un entrenamiento pertinaz en el arte de la represión de las pulsiones que animan nuestros deseos y que nos impelen a no dejarnos morir ante la adversidad, los desengaños y las tragedias. También sabemos gracias a él que las sociedades más civilizadas son aquellas que de mejor y más efectiva manera reprimen sus impulsos animales y los transforman en comportamientos socialmente aceptados, no importa si éstos expresan amor o agresividad.

Por eso dice nuestro psicoanalista pionero que “El primer humano que insultó a su enemigo en vez de tirarle una piedra fue el fundador de la civilización”. El precio que pagó fue tragarse el fracaso de matarlo a pedradas. En otras palabras, se civilizó pero al hacerlo se convirtió en un ser agobiado por la carga de un deseo reprimido; o sea, en el primer neurótico. Esta es, claro, una manera alegórica de decir que el primer humano al que hemos aludido fue, en realidad, toda una especie.

La civilización es pues, por desgracia, imprescindible para la convivencia en sociedad. Si no nos organizáramos según las normas que regulan la sexualidad y otros impulsos animales, seríamos como las avecillas del campo o las bestezuelas del bosque, que se aparean y se matan sin más restricción que la que les imponen los altibajos de sus instintos. Nuestra naturaleza pelea siempre entonces contra nuestra capacidad de normar los impulsos para poder vivir en sociedad. Y al resultado de esta afanosa práctica civilizatoria se le suele llamar cultura. Por eso dice Freud que “La función capital de la cultura, su verdadera razón de ser, es defendernos contra la naturaleza”. De donde se confirma que mientras más culto es un pueblo, más alejado está de su natural impulso e instinto animal. No porque éste desaparezca, sino porque los mecanismos de represión del mismo han sido cada vez más sofisticados y eficaces. Es decir, más civilizadamente neuróticos. Fue quizá en el infierno de la neurosis en el que pensaba Freud cuando afirmó que “Los hombres, no obstante que se les hace imposible existir en el aislamiento, sienten como un peso intolerable los sacrificios que la civilización les impone para hacer posible la vida en común”. Por eso violan las normas en secreto.

En nuestras latitudes “atrasadas”, quienes se consideran “adelantados” suelen descalificar la bestialidad ambiente invocando a otras sociedades que ellos consideran cultas. Y a menudo perciben como risibles las sinceras expresiones afectivas del populacho, porque no se ajustan a los comportamientos neuróticos de la gente en los “países civilizados”, en donde se castiga públicamente a cualquiera que se atreva a expresar y ejercer sus impulsos de una manera que ofenda la cultura de la apariencia y la sofisticación de la civilizada violencia represiva.

Qué le vamos a hacer. La civilización es epidémica y se paga con el sacrificio de la felicidad, pues ésta se liga por fuerza a la satisfacción pasajera del impulso agresivo o afectivo. ¿Cómo entonces ser feliz sin renunciar a ser civilizado y sin dejar que la civilización nos vuelva hipócritas frustrados? Para Freud “Existen dos maneras de ser feliz en esta vida: una es hacerse el idiota y la otra, serlo”. Es decir, tornarse sabio y adaptarse a la idiotez mundana sin creérsela, o ser una “persona decente”.

Mario Roberto Morales
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