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Nicaragua, un mes después

Carlos Figueroa Ibarra

Se le atribuye al Presidente estadounidense Franklin Delano Roosevelt (1933-1945)   la frase dirigida a Anastasio Somoza García: “Somoza es un hijo de perra, pero es nuestro hijo de perra”.   Anécdota significativa porque resume la política de Washington hacia la dictadura somocista hasta su derrumbe en 1979. La frase además está impregnada de la política exterior estadounidense hacia todas las dictaduras  en América latina. El “destino manifiesto” estadounidense de construir la democracia y la libertad aquí y allá, revela con la frase de Roosevelt su condición de fraseología sin sustento. Nunca ha sido el real interés de  los Estados Unidos de América el propagar el buen gobierno, sino defender sus intereses geopolíticos y económicos.

Bueno es recordar todo esto ahora que advertimos que Nicaragua ya cumplió un mes de protestas callejeras. Como es bien sabido, la revuelta comenzó contra una reforma al Instituto Nicaragüense de Seguridad Social (INSS) que  aumentaba cuotas a los derechohabientes y disminuía pensiones a jubilados. Hoy la rebelión ha continuado y la demanda sustancial es la renuncia del presidente Daniel Ortega y su esposa la vicepresidenta Rosario Murillo. Manifestaciones, barricadas, vandalismo, se han observado en Managua, Estelí, Matagalpa, Juigalpa, Masaya y en otros lugares. El país ha sido paralizado por bloqueos de carreteras en las zonas centro y norte. La iniciativa privada estima las pérdidas provocadas en 233 millones de dólares equivalente al 1.6% del Producto Interno Bruto. Mientras el gobierno estima en 16 los muertos en este mes, la oposición ha llevado esta cifra a más de 60 y a casi 500 heridos.

Fotos y videos de las manifestaciones nos recuerdan a la situación revolucionaria que se observó en el ya remoto período comprendido entre enero de 1978 y julio de 1979. La diferencia es que no es Somoza el que se tambalea, sino el entonces comandante del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), hoy convertido presidente. El FSLN, que quedó en manos de una parte de su dirección histórica (la otra fue relegada y ahora es oposición), tuvo una asombrosa mutación.  Ésta comenzó a tener visibilidad cuando los sandinistas perdieron las elecciones en 1990 y una parte de su jerarquía se apropió de bienes y propiedades para resistir el nuevo período que como opositores les esperaba (“La piñata”). El hecho cierto es que hoy Daniel Ortega, Rosario Murillo y otros más son personas acaudaladas. Sabido es que el hermano de Daniel, el brillante guerrillero Humberto Ortega, es un hombre millonario.

Distan mucho los sandinistas de la cúpula del  FSLN de los jóvenes heroicos, idealistas que ofrendaron sus vidas o milagrosamente sobrevivieron en la lucha antisomocista. Hoy muchos nicaragüenses y la disidencia sandinista hablan de Daniel Ortega en los mismos términos en los cuales Roosevel se refería a Somoza. Si esto fuera cierto, lo que a mí no me cabe duda es que Daniel Ortega no es el hijo de perra de Trump. Y aceptando  que lo que hemos visto en el último mes es una rebelión de masas, cierto es que Washington estaría feliz si Ortega-Murillo se derrumban.

 

Carlos Figueroa Ibarra
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