He sostenido en esta columna que el combate al narcotráfico es un proceso integral que va mucho más allá de simples medidas punitivas de carácter policiaco o militar. El Estado de Sitio para Alta Verapaz decretado el 19 de diciembre del año pasado, hace pensar que podríamos estar en Guatemala ante el inicio de un nuevo escenario de guerra, adicional al que se observa en México. Después de cuatro años de combate al narcotráfico en dicho país, los balances de buena parte de los especialistas puede resumirse en lo que el editorial del rotativo La Jornada publicó el domingo 9 de enero de este año: “el hecho es que ni la persecución gubernamental ni las mortíferas disputas entre estamentos delictivos, o entre éstos y las fuerzas públicas, han hecho mella en los grupos criminales que bañan de sangre el territorio y desafían al Estado en forma cada vez más inequívoca y resuelta.” En pocas palabras, pese a los más de mil muertos mensuales, en México se está perdiendo la guerra contra el narcotráfico.
La razón de ello estriba en que el narcotráfico no es solamente un hecho que concierne a los criminales que lo organizan y ejecutan. El narcotráfico se nutre de todas las perversidades del sistema capitalista particularmente acrecentadas con el modelo neoliberal. Para empezar con su enorme poder financiero el narcotráfico ha penetrado en el Estado y la iniciativa privada. No es posible desconocer que buena parte de las ganancias generadas por el narcotráfico nutren al sistema financiero mundial. A principios del siglo XXI los especialistas colombianos y de otros países calculaban que Colombia exportaba anualmente 400 toneladas de cocaína que redituaban a los narcotraficantes alrededor de 50 mil millones de dólares al año. Estos especialistas calculaban que el monto de dinero generado por el narcotráfico y lavado de dinero a nivel mundial, oscilaba entre 400 y 700 mil millones de dólares. Agregaban que el lavado de dinero introducía buena parte de esas monstruosas cifras en bancos e instituciones financieras y por lo tanto se convertía en buena parte de la estabilidad financiera mundial. No resulta desdeñable para México por ejemplo, el monto de 29 mil millones de dólares que se lavan anualmente en dicho país.
El narcotráfico resulta imbatible también porque al final de cuentas es un magnífico negocio. El que sea una mercancía prohibida y con un enorme mercado eleva de manera extraordinaria las ganancias de sus productores y comercializadores. Y como es lógico que suceda en un sistema como el capitalista que se rige por la búsqueda de la máxima ganancia, una mercancía de alto precio y extenso mercado incrementa exponencialmente su producción y comercialización. En 1976 la exportación de cocaína a los Estados Unidos de América oscilaba entre 14 y 19 toneladas. En 1982 tal monto ascendía a 45. Al finalizar el siglo XX y comenzar el actual, la exportación había llegado a las 400 toneladas referidas líneas atrás. Pero el narcotráfico no solamente resulta funcional al capitalismo neoliberal que vivimos, al extremo que algunos analistas han hablado de que vivimos una suerte de “narcocapitalismo”. El narcotráfico también se vuelve una alternativa de ganancias fáciles para un sector de empresarios. Hace algunos años un asesor del Ministerio de Gobernación me relataba que el uso de pistas de aterrizaje ubicadas en fincas, para uso de avionetas cargadas de droga y en tránsito hacia los Estados Unidos de América, se pagaba en varios miles de dólares.
Si esto es así en los que se refiere a algunos integrantes del empresariado, también sucede lo mismo en los amplios sectores populares tanto en las urbes como en el campo. El narcotráfico se ha convertido en fuente de empleo para miles de jóvenes urbanos a los cuales el neoliberalismo ha mandado al desempleo o al empleo mal pagado y sin prestaciones. A principios del siglo XXI el narcotráfico generaba en México 335 mil empleos y era fuente de ingreso en el 80% de los municipios más pobres del país. En Colombia el narcotráfico generaba alrededor de 40 mil empleos directos. Miles y miles de campesinos en México, Guatemala, Colombia, Perú, Bolivia entre otros países, consideran mucho más redituable sembrar marihuana, amapola y coca que productos alimenticios. Con mayor razón, porque las políticas neoliberales han destrozado con sus políticas de libre importación a cientos de miles de ellos.
El consumo de drogas es un flagelo para la humanidad. Su prohibición ha generado a la mafia de empresarios criminales que invierten en su producción y comercialización. Esa prohibición y un amplio mercado ha elevado descomunalmente el precio de la droga, producción y ganancias. El boyante negocio del narcotráfico ha hecho crecer el contrabando y uso de armas de alto calibre, la industria del secuestro, extorsión y el reclutamiento para actividades delictivas de un número grande de personas. Y con todo ello, ha llevado a niveles inauditos a la violencia delincuencial. Todo esto condujo a Milton Friedman, uno de los padres del neoliberalismo, a aseverar que para erradicar todos estos males había que legalizar a la droga.
Habría que abrir el debate sobre el razonamiento friedmanita.
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