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Morena, sectarismo y oportunismo

Carlos Figueroa Ibarra

El proceso político mexicano vive hoy un momento en el que los conflictos acumulados durante al menos los últimos 40 años, están volviéndose en contra de sus principales responsables. La violencia imparable, el endeudamiento astronómico, la corrupción indignante, la desigualdad insultante y muchos otros hechos más, se han revertido particularmente en contra del PRI y el PAN, el monstruo bicéfalo del neoliberalismo mexicano.

Hasta ahora, el descontento de la ciudadanía mexicana lo está capitalizando Morena y muy particularmente su líder indiscutible, Andrés Manuel López Obrador. Las redes sociales difundieron una encuesta de intenciones electorales que se le imputa a la Presidencia de la República. Contra todos sus posibles oponentes, incluso el ex Rector José Narro, López Obrador aventaja en dichas preferencias. Al interior de Morena y en sus alrededores, este ascenso notable de Andrés Manuel ha desatado dos fenómenos igualmente deplorables. Por una parte el sectarismo y por otra el oportunismo. El primero imaginando que Morena es un partido anticapitalista, repudia la presencia y acercamiento de personajes de la política nacional que hasta hace algún tiempo eran adversarios de la lucha antineoliberal. Incluye ese sectarismo en ese repudio al senador Manuel Bartlett, olvidando que éste tiene varios años defendiendo en lo esencial el programa que hoy enarbola Morena. El sectarismo considera una abdicación la presencia de Alfonso Romo, un empresario representativo de la burguesía de Monterrey y más aún la de Esteban Moctezuma, una persona vinculada al duopolio televisivo. Olvida el sectarismo, que siempre el triunfo de un proyecto alternativo implica una extensa red de alianzas que presuponen una praxis equilibrada de principios y pragmatismo.

No obstante, el ascenso de Morena en el panorama político ha atraído a muchos políticos provenientes del PRI, del PRD y aún del PAN. En buena parte de ellos, no es posible reconocer una reflexión profundamente autocrítica sobre las consecuencias del neoliberalismo, sino un burdo oportunismo que busca montarse en el caballo ganador y de esa manera lograr candidaturas que resultan a todas luces inmerecidas. No incluyo en esta reflexión a antiguos militantes de estos partidos que desde hace ya algún tiempo se han incorporado a la lucha fundamental del partido en este momento: organizar comités seccionales en la totalidad de las 68 mil secciones electorales del país. Aludo a los que buscando acuerdos cupulares e influyentismos, llegan a última hora a cosechar el magno esfuerzo colectivo de Morena de ser ya una organización con presencia territorial en todas las secciones electorales antes mencionadas.

Un proyecto de transformación social profunda implica alianzas con personalidades y fuerzas antes adversarias. Haciendo a un lado el sectarismo, esto es lo que hicieron los grandes líderes revolucionarios como Mao, Fidel o Mandela. Pero un proyecto transformador, puede ser desvirtuado si se convierte en un odre nuevo de vinos rancios y malolientes. En una novedosa vestidura que porta el oportunista de siempre. He aquí el reto actual de Morena. Hagamos votos porque la experiencia organizativa que vivida en los últimos meses, sea el antídoto del sectarismo y del oportunismo que hoy la acechan.

Narrativa y Ensayo publica este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

Carlos Figueroa Ibarra
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