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“Monterrosianas”

Gerardo Guinea Diez
gguinea10@gmail.com

Existen días que muchos sienten la imperiosa necesidad de sumergirse en un tiempo apócrifo (Hoy es siempre todavía), como lo definía Antonio Machado. O recurrir a un artilugio menor como ponerse a escribir un cuento, porque, según dicta Peter Handke, “la invención y la ficción son la verdad”. Para ser franco, quién sabe frente a esa discursividad sin ironía, sin contrapunto, sin densidad. No interesan los discursos, sino la consigna y los buenos propósitos, menos, la palabra, sino la cadena de imágenes sin intención de significar un todo, más que su propio vértigo en un domingo de elecciones. O peor aún, la resaca del último lunes de octubre para recordar al poeta Edmund Blunden, de quien Borges tradujo este verso: “Esto no es lo que nos habían contado”. Sin duda, al ver los resultados viene a cuento aquella idea de la hibridación política, condición sine qua non para arropar un Estado en ruinas y en crisis permanente de gobernabilidad, dilemas de una ambigüedad que fragmenta todo lo que toca a su paso.

Pensando en ese mini cuento que escribió Augusto Monterroso, cualquiera se aletarga en la nube de un sueño donde el dinosaurio todavía sigue allí, a la vuelta de nuestros sueños y cóleras. Pero el equívoco es que este animal no es la encarnación de un personaje o, para el caso, de un conjunto de personajes. El dinosaurio es el sistema, su institucionalidad achacosa de formalismos y trampas; también, los poderes que manejan los hilos invisibles, la cultura del miedo, o del más listo, el pensamiento mágico y los recurrentes llamados al espíritu patrio, entre otros frágiles recursos simbólicos, útiles para los discursos, los análisis y los mítines.

He ahí el dilema de fondo. El presidente electo tiene ante sí una prótesis institucional, que si bien salvo los formalismos constitucionales, dejó intacto el aparato político tradicional. Como bien señaló Quique Godoy, la vieja política se defenderá con todo. En el Congreso aún siguen vivos Líder y el Patriota, más otros partidos pequeños que aún siguen la lógica clientelar y la corrupción como mecanismos para engrasar la maquinaria legislativa. Además, hay que recordar el peso decisivo en cientos de alcaldías.

A ello hay que sumar la gravedad de la crisis fiscal, el colapso del sistema de salud y educación pública, los índices de violencia y un apocalíptico proceso de marginalización. Baste decir que un millón de niños no está inscrito en el sistema escolar; 1 de cada 2 niños está desnutrido; 4 de cada 10 mujeres son víctimas de violencia; 1 de cada 2 ciudadanos vive en pobreza y 1 de cada 5, en pobreza extrema; 7 de cada 10 trabajadores lo hacen en la informalidad.

Como sea, el panorama no es nada alentador. A pesar de la euforia de la victoria, no habría que olvidar que entre abstencionismo, votos nulos y blanco, el 47.83 por ciento del padrón electoral no votó, es decir, dos tercios de guatemaltecos no se sienten representados por el próximo gobierno. En otras palabras, votamos pero otros decidieron por nosotros. Por ello, cito el cuento La buena conciencia de Monterroso, realiza un retrato de una extravagante familia de plantas carnívoras. Sensibles a la crítica, renuncian a sus hábitos. Deciden convertirse en vegetarianos. A partir de ese día se comen únicamente unos a otros y viven tranquilos, olvidados de su infame pasado.

A ello hay que sumar la gravedad de la crisis fiscal, el colapso del sistema de salud y educación pública, los índices de violencia y un apocalíptico proceso de marginalización. Baste decir que un millón de niños no está inscrito en el sistema escolar; 1 de cada 2 niños está desnutrido; 4 de cada 10 mujeres son víctimas de violencia; 1 de cada 2 ciudadanos vive en pobreza y 1 de cada 5, en pobreza extrema; 7 de cada 10 trabajadores lo hacen en la informalidad.

Gerardo Guinea Diez
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