Ayúdanos a compartir

Juan Antonio Rosado

Hace 50 años se le otorgó el Nobel de literatura al guatemalteco Miguel Ángel Asturias, nacido el 19 de octubre de 1899. Hasta su muerte, en el Madrid de 1974, este Gran Lengua nunca perdió el habla. Exilio tras exilio, estuvo con su pueblo y, a pesar de los ataques por su colaboración en la dictadura de Ubico durante los años treinta, los ideales que plasmó en sus artículos, así como su preocupación por el ser latinoamericano, se conservaron a lo largo de su casi inabarcable obra. En su novela Viernes de Dolores (1972), el poeta recordará la época estudiantil y a los miembros de su grupo.

En 1920 cae el dictador Manuel Estrada Cabrera y al año siguiente, el escritor es elegido representante de los alumnos de la Universidad de San Carlos para asistir al Primer Congreso Internacional de Estudiantes, convocado en México por José Vasconcelos. A sus 22 años, Asturias aprendió una lección de latinoamericanismo. En la capital azteca conoció a Ramón del Valle-Inclán y a Vasconcelos, dos de sus influencias más destacadas.

Tiempo después, en París, piensa que uno de sus cuentos podría convertirse en algo mayor y trabaja en una novela que titulará Tohil, concluida en 1933. En México, la ofrecerá a Fondo de Cultura Económica, que la rechaza: “no nos interesa su Señor Presidente”, se cuenta que le dice Orfila Reynal, lo que le da la idea a Asturias de cambiarle el título por uno con connotaciones más políticas: El Señor Presidente. En 1946 se publica una edición privada de esta obra maestra. Dos años después, Gonzalo Losada la reeditará en Argentina. En 1949, Hombres de maíz es un ascenso majestuoso hacia el mito. El juego poético adquiere dimensiones insólitas, sin escatimar el mensaje socia.

En 1967 Asturias es galardonado con el Premio Nobel de Literatura. Cuando se enteró de que lo recibiría, declaró que lo consideraba como un premio a la novela latinoamericana de hoy y “a esa literatura que llamamos comprometida, o más exactamente responsable”. Dos años antes se le concedió el Premio Lenin de la Paz y tres años antes Jean-Paul Sartre, al rechazar el Nobel, aconsejó: “¿Por qué no se lo entregan a Aragón, Neruda o Asturias?”. El filósofo francés se percató de la calidad y de la toma de posición del guatemalteco.

Ante todo, Asturias fue un poeta: “El poeta endiosa las cosas que dice”, afirma. Para él, el poeta se ubica en un estado clarivigilante: ni en la luz ni en la sombra, sino en clarivigilia. Plasmó claroscuros, la antítesis claridad-tinieblas, producto de su preocupación pictórica. La oposición luz-sombra se manifiesta desde sus primeros textos y en muchos adquiere dimensiones simbólicas. En su poema Clarivigilia primaveral (1967), las palabras son “operarias de la luz”. Asturias, novelista, crítico, ensayista, dramaturgo, periodista, y diplomático, fue sobre todo poeta: “el lugar preponderante de la poesía no se puede discutir; la prosa está siempre por debajo”, afirma, aunque también asegure que la novela exige más que la poesía o el cuento: “una permanente vigilancia, una labor constante, un trabajar todos los días. Uno termina como siendo empleado de su novela”. Pero cada actividad suya se recubría con el bálsamo revolucionario de la vitalidad poética. Sin olvidar lo real, jamás perdió la capacidad dionisiaca de plasmar la pasión y transformar el idioma en música.

“El poeta endiosa las cosas que dice”, afirma. Para él, el poeta se ubica en un estado clarivigilante: ni en la luz ni en la sombra, sino en clarivigilia. Plasmó claroscuros, la antítesis claridad-tinieblas, producto de su preocupación pictórica.

Fuente: [http://www.siempre.mx/2017/10/miguel-angel-asturias-poeta-clarivigilante/]

Narrativa y Ensayo publica este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.