Y la luz del entendimiento (¡por fin!) se hizo en mí.
Pues entendí que la única función de los políticos es garantizar la seguridad de las personas que benefician a la sociedad con su trabajo honrado, como los empresarios (únicos creadores de riqueza y empleo, y razón de ser de la economía y la vida). Por ejemplo, los azucareros, los cafetaleros, los cementeros, los cerveceros, los polleros, los mineros, los palmeros y los banqueros.
Y como entendí que la única función del Estado es garantizar la seguridad, acepté que es inmejorable que lo controlen especialistas en paz social como nuestros militares contrainsurgentes, a quienes les debemos la libertad de la que gozamos desde el momento en que impidieron que el enemigo interno comunista se apoderara de nuestra amada patria. Loor por ello a nuestras beneméritas Fuerzas Armadas, que ahora enfrentan a un nuevo enemigo interno (el cual ha crecido como tumor maligno en el sano tejido social de nuestra democracia): los comunistas de los derechos humanos, los terroristas de los derechos indígenas, de la mujer, la niñez y otros que atentan contra la familia, la propiedad privada y la ley. Estos son los conspiradores que violan nuestro sagrado derecho a la libre locomoción, con lo cual se hacen merecedores de la eliminación física por parte del Estado, guardián de la seguridad de la gente trabajadora.
Entendí que la educación, la salud, los servicios básicos, las jubilaciones, la ética y la moral hay que dejárselas a la iniciativa privada, corazón palpitante de la sociedad, pues el Estado nada tiene que hacer en esto y sólo los comunistas (que no trabajan y que por eso son comunistas) pretenden que el Estado les dé todo. Entendí que los hombres que con su esfuerzo construyeron los grandes monopolios que ponen en alto el nombre de nuestro país (y quienes los sirven) son los únicos que se han ganado a pulso el derecho a vivir. Los demás son un estorbo para el libre desarrollo de la libertad económica y el progreso moral.
Es por esto que debemos impulsar una solución final contra el terrorismo interno y exterminar a los indígenas, a las feministas, a los activistas populares, a los dirigentes obreros y campesinos, a los intelectuales y a la chusma que no contribuye al desarrollo porque guarda sus billetes debajo del colchón (y no estimulan nuestra ejemplar y saludable actividad financiera depositándolo en los bancos o invirtiéndolo en pequeñas empresas, como lo deben hacer los dinámicos chicleros de la esquina, las ejemplares vendedoras de tostadas en los barrios populares, los tozudos jóvenes que hacen de cualquier calle un estacionamiento regido por su sentido del orden, y tantos otros que derrochan esa infinita creatividad empresarial que tiene la gente que de veras quiere superarse y pasar de ser chiclero, vendedora de tostadas y cuidador de carros, a ser un exitoso miembro del CACIF).
Los haraganes que estiran la mano para que todo se los regale papá-Estado deberán, pues, ser exterminados como parte de la solución final a nuestros problemas. Para lograrlo, el gobierno militar debe aplicar la Política Nacional de Seguridad sacando de sus casas a todos los comunistas, a fin de congregarlos en un estadio para allí masacrarlos. Lo mismo se debe hacer con mareros, ladrones y mendigos. ¡Este es el secreto de la paz para los buenos (que somos más)! ¡Y sí se puede hacer (coño)! ¡Ánimo! ¡Muerte al terrorismo! ¡Dios bendiga a Guatemala!
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