Julio C. Palencia
Texto leído el 1 de febrero de 2025 con motivo de la presentación del libro Mario René Matute en el Fondo de Cultura Económica Guatemala. Libro publicado en México por Editorial Praxis.
Escuché el nombre de Mario Matute, de su ceguera y su gran voluntad de superar todo obstáculo, de mi muy amada Imelda Álvarez, sicóloga y funcionaria de la Universidad de San Carlos de Guatemala, allá por el año 1979. Imelda, quien se encontraba en el área de orientación vocacional, hablaba con entusiasmo de sus tiempos de estudiante en la universidad, de los grupos de estudio y de apoyo a Mario René para hacerle más llevadero y efectivo su paso en la carrera de sicología, de la cual también se graduaría. Lo definía como un ejemplo de tesón, voluntad y coherencia política para los estudiantes. Tenía yo para entonces 18 años.
Ya en México, conocí personalmente a Mario Matute bajo la instancia de Gerardo Guinea Diez, allá por 1991. El motivo fueron sus 60 años, cuando a través de Rayuela, revista de política y literatura, le hicimos una entrevista. La revista era impulsada por el propio Gerardo Guinea, por Oscar López Monroy y por mí. El editor de la revista era Carlos López y sus 4 números fueron publicados por Editorial Praxis, en México.
Conocer a Mario Matute fue conocer a su vez a su compañera, Olga Jiménez, «Jimena», quien era, no sé de qué manera, los 5 pares de manos y 5 pares de ojos requeridos para atender aquella casa, para agenciarse recursos para complementar los gastos de la alimentación, para cuidar de Matute. Su prioridad y su universo lo significaba Mario Matute.
El lugar que habitaban era un departamento, pequeño, en el 4to. piso de uno de los edificios en el Callejón de la Carreta, en Acoxpa, en el sur de la Ciudad de México.
No tengo la cifra exacta, pero considero que Mario Matute y Jimena vivieron alrededor de 25 años en la Ciudad de México. Lo que quiero decir es que no fue un tiempo corto, en realidad fue largo, muchos años. Jimena fallecería en la Ciudad de México en el 2008.
Siempre tuve la impresión de que Mario Matute era un hombre transparente, es decir, una persona sin dobleces, directo, claro, aunque padecía la desconfianza del guatemalteco entretejida en el espíritu, siempre esperando que alguien le hiciera una trastada.
Era también un hombre sencillo. No padecía la fiebre inútil y sin sentido que acompaña por lo general a los poetas y literatos de todas las latitudes de pretender ser superior a sus pares, de sentirse únicamente a modo entre la gloria y la divinidad. No, Mario Matute era más terrenal, veía de lejos este tipo de pretensiones vacías.
Era consciente de la fragilidad humana, de la posibilidad de sufrir sin fondo en la existencia, de la posibilidad de amar como refugio y reposo, de los cambios impredecibles de suerte. De la enfermedad y la vejez. Reconocía y apreciaba la cercanía y buena voluntad de sus amigos, de sus vecinos. Su sencillez provenía de este reconocimiento. Su espíritu de agradecimiento también.
Picaba piedra, iba y venía una y otra vez sobre sus líneas. Las escuchaba con la voz robótica del lector de la computadora. Ubicaba una palabra, la eliminaba o la modificaba, movía estrofas enteras, párrafos completos. Y no sólo eran sus poemas, también eran sus cuentos y eran las variadas colaboraciones que en tiempos distintos tuvo con algunos periódicos o revistas.
Era un lector asiduo a través de código Braille, le llegaban revistas y libros. Igualmente, escuchaba radio, mucha radio, y audiolibros que le llegaban desde Chile, que le enviaba su hermano, Arturo Matute, o de la Asociación Nacional de Ciegos de España.
Era también un hombre de su tiempo, es decir, pertenecía a los tiempos de la lucha y la guerra y la represión en este país. Era, pues, un sobreviviente. Un exiliado. Heredero voluntario e involuntario de la Guerra Fría. Se ubicada llanamente como un hombre de izquierda, y al igual que muchos, romántica y humanamente soñaba con un mejor tiempo para la humanidad. Ahora vemos que no son la igualdad y la fraternidad, la justicia, lo que asoma en el horizonte, más bien somos testigos de la consolidación de un feroz feudalismo tecnocrático, tecnofeudalismo, que dividirá, quizá por siglos, el espíritu, la sociedad y las aspiraciones humanas.
Estoy seguro de que Mario Matute seguiría tercamente soñando igualdad y justicia, bienestar para todos.
Me consta que padeció soledad profunda durante algunos años después del fallecimiento de Jimena. Muy pocos amigos viviendo cerca o relativamente cerca, muchas dolencias, muy pocos compañeros en la ciudad. Montserrat, de origen chileno, Josefina Mora, mexicana, y el Dr. Iván González, guatemalteco, fueron su apoyo y rescate más frecuente en aquellos años. No se detuvo su sufrimiento cuando su hija Ilonka llegó por él para traerlo a Guatemala con ella, aunque su situación cambió radicalmente y me parece que fue lo mejor para él. Enfermo y disminuido por la edad, fue lo correcto. Para Mario Matute significó la afrenta de vivir en el país de los asesinos de su hijo.
Al hablar de Mario “el Choco” Matute en lo que menos pienso es en su condición de ciego; me gustaría decir que tuvo gran fortaleza en su espíritu para superar múltiples dificultades que le aventaba la cotidianidad y la sociedad guatemalteca.
El libro incluye en su portada una foto del fotógrafo Ricardo Ramírez Arriola. Aún tengo muy claro en la memoria el mediodía de octubre del 2012 cuando apareció con su cámara en una lectura que compartimos Mario Matute y yo en la Feria Internacional del Zócalo de la Ciudad de México. Esa foto proviene de esa actividad. El diseño de la portada y el de la contraportada corresponden al artista gráfico Carlos Adampol Galindo.
El libro Mario René Matute fue publicado por Editorial Praxis, en México. Su director, Carlos López, Quijote cultural de nuestro tiempo, fue el encargado de su edición.
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