Ayúdanos a compartir

Mario Monteforte Toledo

Gerardo Guinea Diez

Cada 15 de septiembre Monteforte convocaba a sus amigos para celebrar su cumpleaños. La semana pasada hubiese cumplido 105 años. Sorprendía su vitalidad y energía. A lo largo de setenta años, publicó entre ediciones y reediciones, alrededor de cien libros. Su obra periodística bien podría alcanzar unos veinte volúmenes. Esta insólita empresa cultural, tal sólo comparable con lo hecho por Octavio Paz, Carlos Fuentes y Alfonso Reyes, justifica un adjetivo que se ha vertido sobre él: fue uno de los grandes pensadores y escritores del siglo pasado.

Desde 1928, fecha en que ingresó a la universidad, organizó su destino como si fuera un itinerario programado con sumo cuidado. Siempre lamentó no haberse cruzado con César Vallejo en su estancia en París. En 1942 publicó su primer libro, Biography of a fish, con ilustraciones de Rufino Tamayo. Y no paró de publicar. Monteforte hizo de todo: viajero, soldado raso en un fuerte de Texas, tirador experto con rifle 16, campeón de sable, escritor, presidente del Congreso y Vicepresidente de la República.

En 1946 publica su primera novela, Anaité y en 1949, Costa Amic edita Entre la piedra y la cruz, en México. Mario fue encarcelado y luego expulsado a Honduras en 1956. Desde esa fecha no para de publicar y viajar. Hombre de saberes renacentistas, fue un atípico intelectual. Rompió con los estereotipos del clásico hombre ensimismado, peleado con el mundo y lleno de amargura. Su vitalidad no sólo fue un ejemplo moral, también su fuerza de carácter, su buen humor, sus eternos deseos de embarcarse en nuevos proyectos. Su manera de estar en la vida empujaba a creer casi como una virtud ética.

Durante dos años, junto con JL Perdomo Orellana conversamos en su departamento de La Hondonada. De estas salió el libro Mario Monteforte Toledo, Diccionario Privado, luminosa cátedra sobre la cultura, la política, la humanidad, el arte, la poesía. Años más tarde, descubrimos con Perdomo que nos habían quedado muchas horas de esos encuentros y decidimos rescatarlas y publicar Pájaros feos que cantan.

Además de esos dos libros, edité su libro para niños Pascualito y su último ensayo Las cosas y el olvido. Mario fue incansable. A sus 92 años trabajaba doce horas. Iba al cine, al teatro, asistía a presentaciones de libros y cuidó hasta el último momento la edición de la película Donde acaban los caminos, título de una de sus novelas, publicada en 1951. Mario afirmaba que “escribir es la actividad más frustrante, menos reconocida y más absorbente que se pueda elegir. Yo escribo porque es lo único que sé medio hacer y porque soy testigo o protagonista de muchas de las cosas ocurridas en el siglo XX y creo que deben conocerse mejor”.

Pocos días antes de morir, pidió que lo llevaran a montar a “Esperado”, su caballo andaluz. Era su despedida, el último adiós de un Quijote que nos hizo soñar y que aún lo esperamos en la orilla de los días, para practicar la cordura y el sentido común. Con él aprendí lo que tres universidades y decenas de años de lectura no habían logrado enseñarme.

Fuente:[www.s21.gt]

Narrativa y Ensayo publica este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

Gerardo Guinea Diez
Últimas entradas de Gerardo Guinea Diez (ver todo)