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María de mi corazón

Su vida ha sido una lucha incesante, un espíritu de pie a sol y a sombra. No pide reposo y no lo da. Así nació y así busca terminar sus días.

Julio C. Palencia

Nació un 11 de octubre de 1944 y no cumplía aún los 5 años cuando su madre la dio en adopción como hija de crianza a una familia negociante de clase media del centro de la Ciudad de Guatemala, en el barrio de Gerona. Faltaban aún dos años para que Jacobo Árbenz Guzmán fuera presidente de Guatemala. Ser hija de crianza era un eufemismo que apenas escondía el trabajo arduo de limpieza y ayuda a toda hora en los distintos negocios, tienda y zapaterías, de aquella familia. Había sí un atenuante motivador: la actitud materna de la señora de la casa, doña Ana, que era quien llevaba los pantalones y tomaba las decisiones que creyera apropiadas para el bienestar de la familia. Así, se había agenciado dos hijas de crianza, una para la cocina y la otra para auxiliar en los negocios. A las 4 de la mañana, el mercado El Guarda era visita obligada varias veces a la semana para surtir la tienda de fruta y verdura. Otro de los negocios proveía de calzado y ropa barata a las putas de la 17 calle.

Aprendió a leer, escribir y a hacer cuentas sin ir a la escuela, escarbando en las etiquetas de los productos y cualquier papel con letras que cayera en sus manos;  cuando pudo, a los 11, se inscribió en la escuela nocturna para obtener su diploma de primaria en un sólo año. A los 12 años hizo su primera comunión y fue una fecha memorable por demás: estrenó su primer par de zapatos.

-Te los has ganado, le dijo doña Ana.

Su trabajo iba mucho más allá de un horario laboral nominal, un esfuerzo que iba de oscuridad a oscuridad, por techo y comida.

Entre el trabajo extenuante de todos los días, y la iglesia y conciertos de los domingos, transcurrieron 8 años. Los domingos era obligado ir a ver la ejecución musical del señor de la casa, miembro de la banda marcial del ejército de Guatemala.

«Quiero ganar mi propio dinero», le dijo a doña Ana cuando rondaba ya los 12 años. Para conservarla, la dueña de la casa le ofreció 5 centavos por cada par de zapatos que ella vendiera en el tiempo que no cubrían las empleadas. Al pedir su comisión, la pregunta obligada:

-¿Y en qué gastarás tu dinero?, mejor te lo sigo guardando.

Y así se juntó una bicoca que no vería nunca en sus manos.

Al cumplir 14 años decidió abandonar aquella casa, que había sido al mismo tiempo cobijo, comida y cárcel; quería ganar su propio dinero, como las empleadas de las zapaterías de esa familia. Fue a solicitar su Fe de Edad para buscar trabajo y allí se enteró por primera vez que su nombre completo era María Luisa. Y así, se empleó en otras zapaterías, y luego en Incafé, en la Arrow y por último de mesera en la cafetería de la Escuela de Derecho de la Universidad de San Carlos.

Fue en esta última que conocería al hombre que marcaría el devenir de sus días. Tenía para entonces 17 años.

Su vida se volvió entonces una mezcla de protestas y manifestaciones contra Ydígoras Fuentes, impresión y distribución de propaganda del Movimiento Revolucionario 13 de Noviembre y cuidado de sus hijos. Fue ya con Enrique Peralta Azurdia, en 1966, en una pequeña casa utilizada como depósito de documentos, propaganda y reuniones esporádicas de miembros del 13 de Noviembre, que su compañero fue secuestrado.

Buscó a Manuel Colom Argueta para pedir ayuda legal. Colom Argueta le ofreció imprimir volantes denunciando el hecho y solicitar informes en la Policía Nacional. El mismo Colom Argueta visitaría la Policía Nacional solicitando información y la primera vez que fue le comentó:

-Allí lo tienen, pero me lo negaron. Mañana iré nuevamente.

Al día siguiente visitaría nuevamente la Policía Nacional y ahora su comentario fue distinto:

-Allí estaba, pero lo han cambiado.

Colom Argueta también le sugeriría visitar La Hora, El Imparcial, entre otros. Clemente Marroquín Rojas le ofreció publicar su denuncia en La Hora, lo que cumplió.

No fue sino hasta 15 días después de la desaparición de su compañero, ya con el triunfo conocido de Julio César Méndez Montenegro para presidente, que recibió un telegrama urgente. Su compañero estaba en la cárcel de la policía en Zacapa, con la presión de ser trasladado a la base militar con Carlos Manuel Arana Osorio como comandante militar, para ser fusilado. El telegrama, conciso, urgía ir por él de madrugada y de inmediato.

Su cuñado, excadete militar, se ofreció a ir por su hermano. Y regresó con él. El oportuno aviso provino de un familiar, militar de alto rango.

Pasarían algunos meses de incertidumbre en la capital de Guatemala. De allí, para resguardar la vida, pasó con su familia 2 años en San Salvador, donde se ganarían la vida imprimiendo y vendiendo playeras serigrafiadas, entre otras cosas.

Ya de vuelta en Guatemala, de salto en salto en provincia, regresaría a la Capital en 1976. Ya para entonces habían asesinado, en 1972, a Guillermo Palencia, su cuñado el menor, en una persecución que terminaría con su muerte en la pasarela del Trébol. En 1980 su compañero abandonaría el país y en 1982 ella lo haría con toda su familia. Su hija, Rosa Palencia, regresaría de México a Guatemala y sería desaparecida por el ejército en febrero de 1984.

Ha sido rabiosa con sus quereres: su altar está conformado por miles de desaparecidos y asesinados guatemaltecos, es arbencista de hueso colorado, es partidaria del Che, Chávez y de López Obrador, seguidora de Pepe Mujica, Evo Morales y Lula Da Silva. Latinoamericanista por convicción, le entusiasman Julian Assange y Edward Snowden; es ferviente partidaria de la libertad de expresión y asociación en la internet. Aparece el sol con ella leyendo las noticias, recorriendo un país y otro, y se va el sol con ella leyendo las noticias, comentando con sus hijas e hijos, nietos y nietas, la situación en este o aquel país.

Ha sobrevivido al cáncer por más de 10 años y ve sin pestañear a los ojos de la vida y de la muerte, convencida de que aún tiene 17 años y que protesta en las calles guatemaltecas contra los partidarios de la intervención extranjera que cercenó la única primavera democrática que ha tenido Guatemala.

Precisamente de la situación de la Guatemala actual es que me platica hoy, se entusiasma y se deprime, tomando un tinto para refrescar el verano sevillano, mientras me ve amorosamente a través de Skype, desde los muchos kilómetros que geográficamente nos separan a sus 71 años.

* María Luisa Morales, mi madre.

Julio C. Palencia
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