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Como una planta arrancada de la tierra, su tierra, mi madre se marchita. Huérfana de su niño desde hace treinta años, siento que su paciencia se acaba y veo cómo la rabia llena su pecho cada día.

Son treinta años, como treinta puñales clavados en su cuerpo, desángrandola.

Es demasiado tiempo sin respuestas y ya se acerca octubre. Otro octubre, hecho de llantos y de lluvia, sin que mi madre sepa qué pasó con su hijo, qué le hicieron y quiénes, dónde quedó su última huella. Torturantes preguntas que le roban el sueño, sigilosas.

Marco Antonio Molina Theissen, mi hermano, un niño de 14 años y 10 meses de edad, fue detenido ilegalmente y desaparecido por agentes de la G2 del ejército de Guatemala el 6 de octubre de 1981.

Marco Antonio
Marco Antonio Molina Theissen, mi hermano, un niño de 14 años y 10 meses de edad, fue detenido ilegalmente y desaparecido por agentes de la G2 del ejército de Guatemala el 6 de octubre de 1981. Indefenso, amordazado, pese a las súplicas de nuestra madre, fue sacado de nuestra casa al mediodía para nunca saber más de él. Este hecho incalificable, que desata tormentas y angustias en el alma, fue perpetrado tras la escapatoria de mi hermana Emma del cuartel militar de Quetzaltenango.
Buscando justicia, recurrimos al sistema interamericano. En 2004, la Corte Interamericana de Derechos Humanos falló en contra del Estado y recogió la verdad de lo sucedido en su sentencia sobre el fondo, emitida el 4 de mayo de ese año. Meses más tarde el Tribunal le ordenó al Estado investigar los hechos, enjuiciar a los presuntos responsables y castigarlos, además de ubicar sus restos y devolvérnoslos para sepultarlos dignamente. Ninguna de esas dos cosas ha sucedido.
No hay un solo día en el que no recordemos a Marco Antonio con dolor y rabia, con un nudo en la garganta y lágrimas en los ojos. A treinta años de su desaparición, seguimos buscando lo que haya quedado de él. Ya no esperamos que vuelva. Lo único que, quizá, podría acercarse a una compensación por lo sufrido, sería encontrar sus restos y que se aplique la justicia.
Que mis palabras sirvan para recordarlo y para expresar nuestro enorme y visceral anhelo de justicia para él y para todas las víctimas del terrorismo de Estado, impuesto en Guatemala en los años más duros por los criminales de uniforme, quienes, junto con una oligarquía despiadada, no dudaron en matar, torturar y desaparecer a decenas de miles de personas, sobre todo niños, niñas, mujeres, ancianos y ancianas, en hechos que siguen doliendo profundamente. Esos hechos terribles deben ser conocidos, investigados y sometidos a la justicia para que algún día Guatemala conozca la paz.

Puedes leer más sobre ella carta aquí.

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