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Que trata sobre el sueño de Arbenz y la ejecución de Castillo Armas.

Mario Roberto Morales

Tiempos recios es un thriller político bien construido y lo suficientemente documentado como para permitir una amena ficción de audacias formales y golpes de efecto a cada esquina oscura y lluviosa, a cada antro de mala muerte, a cada hecho sangriento, a cada diálogo de personajes enigmáticos y distantes. No es una novela que ahonde en el alma de estos personajes, sino más bien los usa, al igual que a todos los recursos narrativos puestos en juego, para servir a un anecdotario nutrido que es el que ocupa el lugar central de la narración. Si no es una novela de personajes, tampoco lo es de atmósferas ni de ideas profundas. Es una novela que se debe a su vivaz historia, a su puntual anécdota, al hecho histórico documentado sólo para volverlo ficción, intriga y versión irónica de la vida política de Guatemala.

Sus principales personajes históricos, Arévalo, Arbenz, Castillo Armas, Enrique Trinidad Oliva, Gloria Bolaños Pons (Marta Borrero Parra) quedan vagamente esbozados. No hay agravios hacia Arévalo ni Arbenz y sí cierto desprecio por Castillo Armas y Trinidad Oliva, así como por Trujillo y su sicario Abbes García. El anticomunismo de Arévalo es una simple reiteración y no una sorpresa, y lo mismo ocurre con el distanciamiento de Arbenz respecto de las ideas socialistas y su fervor por la democracia estadounidense; misma que, tanto en su discurso de inauguración como en el de renuncia, reitera como su sueño para Guatemala. Las debilidades del Partido Guatemalteco del Trabajo (comunista) y de su secretario general José Manuel Fortuny, no constituyen nada distinto de lo que ya se decía de ellos en la guerrilla en los años 60. De modo que quienes esperaban una novela condenatoria de la Revolución de Octubre y una alabanza de la contrarrevolución del 54, se equivocaron de libro.

En donde sí brota fuerte la conocida ideología del autor es en su conclusión, según la cual Estados Unidos erró al derrocar a Arbenz porque eso llevó a la radicalización del Che y Fidel, y a la lucha armada en toda América Latina. Esto propone en sordina que, si la revolución guatemalteca hubiera seguido, todo habría sido miel sobre hojuelas en las relaciones entre Nuestra América y Estados Unidos; una tesis que se derrumba, por ejemplo, ante el México de Salinas, que ilustra lo que habría ocurrido en Guatemala si su revolución se hubiese afianzado. Tal tesis implica también aceptar –contra toda evidencia y obviando la división internacional del trabajo– que es posible replicar en el patio trasero una democracia igual a la de la casa grande. Irónicamente, este fue el sueño de opio de Arbenz: la audaz ingenuidad que cavó su tumba y la de Guatemala. Y la lección que el Che aprendió en este país, que le regaló a Fidel en México y que tanto lamenta Vargas Llosa.

Sus principales personajes históricos, Arévalo, Arbenz, Castillo Armas, Enrique Trinidad Oliva, Gloria Bolaños Pons (Marta Borrero Parra) quedan vagamente esbozados. No hay agravios hacia Arévalo ni Arbenz y sí cierto desprecio por Castillo Armas y Trinidad Oliva, así como por Trujillo y su sicario Abbes García.

www.mariorobertomorales.info

Narrativa y Ensayo publica este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

Mario Roberto Morales
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