Los pencazos de Pence
Virgilio Álvarez Aragón
La llegada del vicepresidente Mike Pence llenó de regocijo y entusiasmo a las diplomacias guatemalteca y hondureña.
Felices se encontraron con el representante de un régimen que los bendice y sostiene, aunque los regañe y aporree, no tanto porque hagan algo malo, sino simplemente para mantener la tradición de que quien manda y ordena tiene el derecho a usar el látigo cuando sus hormonas se lo piden.
La desigualdad y la altanería en el trato son tales que los presidentes de tres países soberanos conceden honores y glorias de sultán al vicepresidente de otro país. El protocolo más básico en las relaciones internacionales establecería que a un vicepresidente lo atiendan sus homólogos, y no las más altas autoridades. Pero en Centroamérica, desde hace casi 100 años, la voz del amo es la de Estados Unidos y, amaestradas sus élites a obedecer desde los tiempos de la conquista española, no pueden asumir con seriedad y dignidad su soberanía.
Sumisos, Morales y Hernández dieron claras muestras de sometimiento y servilismo y dejaron en evidencia, además, que del asunto migratorio no quieren entender nada y que solo saben extender la mano para pedir limosnas, sea para solicitar trato especial para los migrantes ya ubicados en Estados Unidos, sea para pedir dinero que sus habituales prácticas corruptas devorarán en fracción de segundos. Los acompañó en el ritual de oportunista mansedumbre el presidente salvadoreño, quien, si bien intentó, al menos públicamente, referirse a los asuntos espinosos, no fue capaz de elevar el tono ni de protestar, pues sus tiempos de rebelde y progresista están ya demasiado lejos.
El ritual contó con granaderas y pechos levantados, con trajes impecables y sonrisas almidonadas. Pence los reunió para hablar claro y sin ambages: Estados Unidos considera a todos los inmigrantes indocumentados una amenaza y los seguirá tratando como delincuentes. Los tres tristes tigres, aunque trajeados y presuntuosos, no fueron capaces de solicitar al representante del país donde se concentran las más importantes universidades del mundo evidencias empíricas que permitan demostrar la certeza y objetividad de tal afirmación.
Dieron por sentado que la acusación estadounidense es cierta y prometieron con zalameras frases endurecer la vigilancia y apretar aún más a sus ciudadanos con represión indiscriminada, sabedores de que por allí, con recursos no vigilados para los ejércitos y las policías, ellos podrán quedarse al menos con la untada de las ollas.
Todos allí sabían que la causa principal que hace que cientos de miles de centroamericanos se aglomeren en la frontera estadounidense no son los ilegales transportistas conocidos como coyotes, como con enciclopédica estulticia afirmó el presidente hondureño Juan Orlando Hernández. Las causas son la pobreza y la falta de oportunidades, pero eso no se podía decir en público porque habría implicado asumir, con todas sus letras, el fracaso de ellos como gobernantes y de las élites económicas que, como en el caso de Jimmy Morales, llevaron a este al poder de manera ilegal y en consecuencia tan fraudulenta como la asunción de Hernández a su segundo ilegal período.
Nada nuevo, pues, vino a decir Pence, aunque su posición sí fue más que clara: ellos seguirán aplicando el garrote, y los de acá también deben utilizarlo. Los de aquí no quieren que devuelvan a los que ya están medianamente establecidos, pues son la causa fundamental del equilibrio macroeconómico, y en el fondo los tiene sin cuidado que a los que sigan llegando los traten peor que a plagas apocalípticas. Así que pondrán más policías, harán como que cuidan sus fronteras, perseguirán a los migrantes con fiereza y violencia, como ya lo hace México. Cierto que muchos lograrán dar el paso y enviar sus bendecidos y esperados dolaritos, que es al final de cuentas lo único que les interesa a este trío de fracasados gobernantes y a sus séquitos de oportunistas aduladores. Las condiciones infrahumanas en que los expulsados de sus países realizan el viaje los tiene sin cuidado, como los tiene también que la pobreza aumente y que sus países resulten invivibles para muchos.
Nada se dijo, por cierto, del asesinato de Claudia Gómez, pues entre bomberos no se apachan las mangueras. Su crimen sigue impune, pero la mezquindad de la actual canciller guatemalteca no solo pasa por intentar dejar en el olvido tan deleznable acto, sino que además quiere creer y hacer creer que el encierro de los niños centroamericanos en jaulas es una ficción mediática.
Es importante tener relaciones amistosas con los poderosos, pero también lo es mantener la dignidad y la cordura, cualidades que estos tres gobernantes ya no pueden lucir porque su fracaso los hace incapaces hasta de levantar la cabeza para ver a quienes los azotan.
Triste futuro les espera a estos tres expoliados pueblos mientras sus ciudadanos, al margen de sus élites, no decidamos unirnos y construir un nuevo proyecto efectivamente liberalizador, con justicia y equidad para todas y todos.
Fuente: [http://plazapublica.com.gt/content/los-pencazos-de-pence]
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