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Los Cuenteros
(Crónicas Inconclusas)
Caía la tarde en la “Ciudad de Piedra” el sol lucía cansado, la luna se miraba al otro costado esperándolo, para velarle el sueño; los grillos afinaban sus violines bajo las piedras, mientras las estrellas se envolvían con las nubes porque de pronto sintieron frio.A falta de televisión, la imag inación creaba imágenes e historias, que por medio de la tradición oral, pasaba de generación en generación, sufriendo a su paso con las exageraciones, los detalles que se pierden y los que se agregan. Mas lo cierto es que los patojos, no perdían la ocasión para ir al parque a escuchar a los cuenteros, que tenían ese encanto de crear imágenes con las palabras y ponerlas en acción con tan solo la modulación de la voz y la gesticulación, que de por sí ya era todo un show. Ya para esa hora los patojos se habían cenado una tasita de café acompañada de una champurrada, frijolitos y pan francés. De las casas de teja roja, de portones de madera y un jardín en medio, el cual era el remedio para eso de la depresión, de esas casas de paredes
altas y anchas, con ese aire antigüeño, salían los patojos rumbo al parque, porque querían escuchar, la historia que los cuenteros, hoy iban a contar.De repente aquel cielo de nubes espumosas y azul de eternidad, empezó a transformarse, cual si fuera el escenario de una obra teatral… Un patojo se escondió en un matorral, porque sintió miedo, mas no quería irse, la atmosfera a todos había hechizado; el viento silbaba por las ventanas, como invitando a los adultos a unirse. De pronto el parque estaba abarrotado, los grillos dejaron de afinar sus violines y un aroma a rosas la atmosfera invadió. El cuentero pidió su pocillo de peltre con café y casi se tragó el pan, pues hasta el cielo empezó a tronar ante la impaciencia de escuchar.

Todo se quedó en silencio y una nube de suspenso, se tendió sobre el parque central… El viento empezó a soplar, despeinado las cabezas y volando uno que otro sombrero, entonces pegó un grito el cuentero ¡Silencio! ¡Silencio! Es todo lo que se escucha, sólo una gota de una ducha molesta a los que duermen en las paredes…Un perro empieza a maullar, un patojo llora en su cama con ganas de ir a mear, mientras el viento hace rechinar a las ventanas, por donde escapan los fantasmas… ¡Ay, mis hijos!
¡Ay, mis hijos! Una mujer de blanco, pone de manifiesto su pesar, mientras el Cadejo, la ve a través de un espejo; en un caballo viejo el Sombrerón, provoca que a una doncella se le pare el corazón, mientras a falta de espacio en el panteón, el Sepulturero Sangrón entierra a los difuntos, parados en las paredes -¡Uy, qué horror! ¡Ave María purísima! ¡Gran poder de Dios! El cuentero espera a que se terminen las letanías, para seguir con la Historia. Nuevamente el silencio hace presa de la audiencia y el cuentero con diligencia se traga otra taza de café, pero el cielo se impacienta y un par de rayos acaba de lanzar. Todos se persignan y desde lo alto el volcán se empieza a carcajear.

Luego se escucha los cascos de un caballo, pegando en las piedras, las cuales parecen quejarse, un par de grillos saltan por aquí y por allá, mientras las luciérnagas azules parecen traer mensajes del más allá… con toda esa nueva introducción, el cuentero toma posición y sigue con la historia. – ¿Qué? Acaso no se han preguntado, el porqué de la anchura de las paredes de
sus casas, acaso no se han dado cuenta que son el aposento de insectos que
llevan en sus patas la sangre de aquellos que fueron enterrados con los ojos abiertos y hoy están despiertos… -¡Dios Santo! Puchica uste, agora hasta dentro de la casa voy a sentir miedo, como que no fuera suficiente con la Llorona, el Cadejo y el Sombreron paseando por las calles. Shhhh, Shhhhhhhh cállese señora. Si ustedes tocan las paredes de su casa notaran que al tocarlas, no son huecas y esto es porque los difuntos de los ojos abiertos descansan allí. –Hermanito Pedro, por vida tuya ruega por nosotros. Shhhh, shhhhhhhh. Llegará el día en que eso difuntos reclamen su descansó, porque, para ellos no se aplica aquel dicho popular: Para el que quiere morirse, aunque parado lo entierren. ¡Ay, Hermanito Pedro, suena tu campana! Ya cállese porfa doñita, ¡Cálmese! Es sólo una historia. En eso el cielo vuelve a tronar y los patojos sienten que se les sale el corazón. Las Ruinas de Santa Clara y todas las demás, están plagadas de almas que esperan su sepultura, son inocentes que murieron con los ojos abiertos y nadie rezó por ellos, porque nadie supo de su existencia, porque nadie supo que murieron…Pero hoy están mas vivos que muertos; en eso nuevamente el cielo empieza a tronar y desde allí las almas al recordar sus cuerpos empiezan a llorar… Todos salen corriendo buscando donde resguardarse de una lluvia que trae hasta granizo. En pocos minutos el parque queda desierto, como si todos hubieran muerto, entonces los grillos empiezan su serenata y las rosas desde los jardines los escuchan y el cuentero toma su pocillo de peltre con lo último que le queda de café y se va silbando, acompañado de las luciérnagas azules, por el bulevar donde se prohíbe olvidar…
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Foto: Veronica Donis